CapÃtulo 1
HacÃa más de una hora que habÃa terminado de corregir sus notas, pero habÃa decidido no enviárselas a su jefa hasta que fuera la hora lÃmite de entrega, eso le darÃa un poco de tiempo para indagar en las últimas noticias policiacas de la ciudad.
Según los reportes, últimamente todo habÃa estado tranquilo dentro de Brujas, aunque ella habÃa escuchado de uno que otro altercado y le hubiera gustado enterarse antes para saber la información de primera mano.
De vez en vez, giraba para cuidar que nadie estuviera prestando atención a lo que hacÃa, si alguien la descubrÃa navegando en la base de datos de la policÃa, seguro que serÃa acreedora de una buena reprimenda, otra vez.
—¡Helena!
El grito retumbó por toda la planta baja, haciendo que se sobresaltara y cerrara inmediatamente la ventana de navegación en la computadora. Sus compañeros de cubÃculo la miraron de reojo y luego volvieron a fijar la vista en su propio monitor.
—¡A mi oficina!
Suspiró y luego se puso de pie. Tomó una pequeña libreta y un bolÃgrafo y se dirigió a la oficina de su jefa, no sin sentir las miradas de los demás sobre su espalda conforme los iba dejando atrás. Subió las escaleras lentamente, giró a la derecha y luego tocó suavemente sobre la puerta.
—¡Adelante! —se escuchó desde el interior.
Abrió la puerta con delicadeza y entró a la oficina. Tallulah tecleaba rápidamente, sin levantar la vista; esperó un par de minutos, pero seguÃa sin mirarla. Hizo una mueca y luego carraspeó, logrando que, finalmente, su jefa le pusiera atención.
—Siéntate, Helena.
—Sabes que odio que me llames Helena.
—De acuerdo, Lena. —Tallulah rodó los ojos mientras daba énfasis a aquel nombre corto que todo mundo, excepto ella, utilizaba.
—Si es por las notas, estaba a puntos de enviarlas.
—Me alegra escucharlo, falta poco para la hora lÃmite de entrega. —Se ajustó las gafas que cubrÃan sus ojos color chocolate y reacomodó la postura en la silla—. Pero no te he llamado por eso.
—¿A qué debo el placer de estar en tu oficina entonces? —preguntó con un halo de sarcasmo.
A Tallulah no le pasó desapercibido y le advirtió con la mirada que cuidara su tono.
—Tengo una encomienda para ti.
Por un momento, los ojos de Lena se llenaron de entusiasmo, pero éste desapareció cuando Tallulah continuó hablando.
—Mañana irás al Historium, especÃficamente a la exhibición del vampiro, y harás una nota al respecto.
—Debes estar bromeando.
—No suelo bromear con mis subordinados. —Tallulah levantó las cejas y cruzó los brazos, dándole a entender que iba en serio.
—Tallulah, ¡por todos los cielos! A nadie le importa esa estúpida exhibición.
—Precisamente es por ello que escribirás al respecto. —Comenzó a teclear nuevamente—. El museo me ha pedido que publiquemos algo que genere novedad y atraiga a más personas a la exhibición, están dejándola totalmente de lado.
—Y con toda razón, ¿a quién va a importarle un figurÃn de cera recostado todo el dÃa? —Frunció el ceño, pero su jefa no la miraba—. Es aburridÃsimo.
—¿Has ido alguna vez? —Miró directamente los ojos azules de Lena, quien le regresaba la mirada de manera ligeramente desafiante.
—No —contestó al fin—. Me parece una total pérdida de tiempo ir a ver esa farsa.
—Entonces te servirá también de entretenimiento.
—¿Por qué no envÃas a alguien más? Es una encomienda totalmente inútil.
—Es una orden.
—Sabes que podrÃa estar cubriendo eventos o situaciones más interesantes —refunfuñó, decidida a que le cambiaran su asignación—. Me parece que hace un par de noches hubo un robo en…
—¡Basta, Helena! —interrumpió Tallulah, sin importarle que le molestara que usara su nombre de pila—. No estoy preguntándote si quieres ir o si te interesa escribir sobre otra sección dentro del periódico. Visitarás el Historium y redactarás la maldita nota sobre el vampiro, ¿entendido?
Se retaron con la mirada, pero Lena sabÃa perfectamente que no habÃa forma de que ganara una discusión contra Tallulah Jacobs, era bien conocida por imponerse ante cualquier queja de sus empleados. Se levantó con la furia recorriéndole las venas, apretó la libreta y el bolÃgrafo y luego salió de la oficina, teniendo que contenerse para no azotar la puerta.
La media hora que faltaba para irse a casa le pareció una eternidad. Una vez que llegó a su cubÃculo, envió las notas del dÃa, sin embargo, decidió dejar de espiar los acontecimientos policiacos, Tallulah habÃa logrado que su humor se tornara sombrÃo.
Una de las pocas ventajas que tenÃa Brujas, era que se podÃa llegar caminando a muchos sitios. Lena no era fanática de vivir en aquella ciudad tan pequeña, pero el hecho de que pudiera caminar del periódico a su casa le fascinaba y siempre le ayudaba a despejarse para mejorar su humor.
Brujas era una ciudad salpicada de torres, campanarios, puentes y museos, todo remontado a la Edad Media y reinado por el estilo neogótico, asà que la casa de Lena no era una excepción. Para llegar a aquel lugar que ella llamaba hogar, tenÃa que dirigirse a la zona del gran canal que rodeaba el casco antiguo de Brujas, el cual contaba con una espesa vegetación a sus orillas; le gustaba la localización, ya que se trataba de amplias zonas verdes poco frecuentadas. Su casa estaba al pie de uno de los canales, pero era uno de los pocos por los cuales no solÃan navegar los cruceros.
Después de cruzar el puente, llegó hasta la puerta de entrada. Echó un vistazo a las hortalizas que cubrÃan buena parte del techo y una de las paredes laterales, estaban tornándose de colores naranjas y ocres debido al otoño; sonrió y luego entró.
Siempre que llegaba a casa se sentÃa más tranquila, era una de las sensaciones que su padre habÃa dejado arraigada en ella. Dejó su chaqueta sobre uno de los sofás de la sala y luego se dejó caer sobre el más grande de ellos; todo el interior estaba decorado con paredes color ladrillo y beige o con acabado de piedra. Después de unos minutos de reposo, se sentó, se quitó los zapatos y caminó descalza sobre la duela, que cubrÃa todas las habitaciones de la casa.
Fue a la cocina a preparar algo para cenar. La cocina y el comedor eran los únicos espacios que contaban con todas las paredes con acabado de piedra, aunque los muebles de la cocina y el comedor eran, en su mayorÃa, de un intenso rojo que avivaba las estancias. Recordaba perfectamente cómo su padre le habÃa permitido escoger los muebles de prácticamente toda la casa, sin poner objeción cuando se dio cuenta de que estaba escogiendo todo en diferentes tonalidades de rojo y café; sonrió fugazmente. Fastidiada por el dÃa en la oficina, desistió de la idea de cocinar y terminó por calentar el hutspot1 que habÃa comprado el dÃa anterior.
Una vez que dejó todo en orden en la cocina, dirigió sus pasos al primer piso. A pesar de vivir sola, el entrar a su habitación y observar todas aquellas fotografÃas donde estaba con su padre, la hacÃa sentir como si él todavÃa estuviera en la habitación contigua, después de haber tenido un dÃa productivo en la oficina.
Lanzó un largo suspiro mientras se desvestÃa y escuchaba el lejano movimiento del agua del canal, aunque muchas veces se habÃa llegado a preguntar si en realidad lo escuchaba o estaba sólo en su imaginación, al haberse acostumbrado a él después de tantos años de vivir en aquel lugar.
Se acurrucó entre las cobijas; hacÃa frÃo, el otoño se habÃa apoderado de la ciudad y estaba advirtiéndoles lo cruel que serÃa el invierno. Ni siquiera se habÃa molestado en pensar la información que solicitarÃa al dÃa siguiente en el museo, ¿qué tanto se podrÃa escribir sobre el vampiro de la ciudad? Nadie le ponÃa atención y estaba segura de que se debÃa a que no era un ser sobrenatural genuino, sino a una imitación que alguien se habÃa inventado para atraer a los turistas.
A la mañana siguiente, el desánimo la acompañaba cuando se dirigÃa al Historium, un edificio rodeado por los más bellos monumentos de la ciudad, localizado dentro de la plaza Markt. El colorido de las casas que lo precedÃan le resultaba un contraste exorbitante, dado a que el museo lucÃa sobrio y sombrÃo con sus cientos de ventanas y sus altas torres.
—Buen dÃa, tengo acceso de prensa —indicó Lena cuando llegó a la entrada del museo—. Mi nombre es Helena Du Bois y vengo del Gazet Van Brugge.
Después de un par de minutos de espera, finalmente la dejaron entrar, enfatizando el hecho de que tenÃa que lucir el gafete de prensa en todo momento para que pudiera acceder a todas las salas sin inconvenientes.
Pasó de largo las salas del antiguo puerto y del taller de Van Eyck, no estaba ahà por ocio, mientras más rápido llegara a la exhibición, más rápido podrÃa irse y ocuparse de sus propios asuntos. Se perdió en un par de ocasiones, ya que las indicaciones hacia la exhibición del vampiro eran un poco confusas, dándole a Lena una razón más por la cual la gente no se acercaba.
Cuando por fin encontró la entrada correcta, habÃa un par de turistas que iban de salida. HabÃa sólo un guardia custodiando el lugar; ella levantó el gafete para que supiera el motivo de su visita, a lo que el guardia sólo asintió con la cabeza.
El lugar estaba pobremente aluzado por una lámpara en el techo y no habÃa una sola ventana en la habitación, evitando que entrara luz de sol. Lena pensó que, por lo menos, se daban a la tarea de hacer parecer todo realista respecto a las condiciones que debÃa haber para que su obra a exhibir no sufriera daños.
Se acercó al centro de la habitación, donde un ataúd transparente reposaba con un cuerpo en él. Antes de llegar hasta el vampiro, habÃa una placa con información, era una descripción corta y prácticamente inservible.
«En el marco de la Segunda Guerra Mundial, el cuerpo inerte de un individuo, sin registro, fue encontrado en una casa abandonada de Brujas, sepultado entre los escombros dejados por los ineludibles ataques que se desarrollaban en la ciudad.
El desconocido tenÃa una flecha que le atravesaba el pecho, sin embargo, a pesar de que no tenÃa signos vitales, tampoco habÃa rastros de sangre. Después de exhaustivas investigaciones, se confirmó que el individuo no era un ser humano.
Este ser sobrenatural ha permanecido en el museo desde que se diera a conocer su origen».
Se acercó más al vampiro. Era bastante más alto de lo que esperaba, era evidente que habÃan hecho el ataúd a su medida. TenÃa una palidez sin igual, resaltada aún más por su oscuro cabello, que llevaba largo y le rozaba los hombros; lo habÃan vestido con un traje negro, pero la camisa estaba casi completamente desabotonada, dejando ver claramente el lugar donde la flecha estaba clavada. Lena hizo una mueca, mientras acariciaba el borde del ataúd.
—Señorita, no debe acercarse tanto —dijo el guardia con tono solemne.
—Me han encargado que escriba sobre esto, no soy una turista cualquiera —refutó Lena, metiendo la mano y acercándola al rostro del vampiro.
—No debe tocarlo. —El guardia comenzó a caminar hacia ella.
—¿Qué tiene de malo? Un figurÃn de cera no…
Lena dejó la frase a medias, alejando la mano inmediatamente después de que le habÃa acariciado una de las mejillas. Definitivamente no estaba hecho de cera, a pesar de que estaba frÃo, la sensación al tocarlo era como la
de un ser humano.
—¿Qué diablos?
—No está permitido tocarlo. Retroceda, por favor.
Lena se alejó un par de pasos, sin dejar de mirar al vampiro. En realidad, si lo observaba con atención, parecÃa como si estuviera dormido, aunque no habÃa movimiento en su pecho que indicara que estaba respirando. Aquella visión resultaba perturbadora.
—¿De qué está hecho? —preguntó un poco desconcertada.
El guardia la miró, casi sin comprender qué querÃa decir.
—DeberÃan cortarle el cabello o rasurarlo —agregó, tratando de no parecer asombrada.
—Lo intentaron. Lo hicieron unas cuantas veces, pero al dÃa siguiente siempre lo tenÃa largo de nuevo y la barba habÃa reaparecido.
—Si ustedes lo dicen. —Lena soltó una risita, aquello era simplemente ridÃculo. No obstante, una extraña sensación habÃa empezado a hacerla dudar—. ¿Tienen más registros sobre el vampiro? Me refiero a documentos no abiertos al público que pudiera revisar.
El guardia pareció dudoso, aunque Lena no sabÃa si era debido a que desconocÃa la información o a que no querÃa que ella la revisara. Tomó un radio que colgaba de su cinturón y, alejándose de Lena, comenzó a hablar, impidiendo que ella escuchara algo de la conversación. Unos cuantos minutos después, otro guardia apareció.
—Por aquÃ, señorita Du Bois.
Acceder a información restringida para el público en general era una de las cosas por las cuales le gustaba trabajar en el periódico, la hacÃa sentir importante. Siguió al guardia hasta una habitación más pequeña, pero más aluzada que la de la exhibición; sobre una mesa de madera reposaba una carpeta, de la cual, sobresalÃan algunas hojas que se notaban amarillentas.
—Son todos los registros que se tienen sobre el vampiro. Puede revisarlos, sólo le pido que sea cuidadosa, algunos son bastante viejos y no queremos que se dañen. Estaré afuera, avÃseme cuando haya terminado.
Lena asintió. Se sentó y abrió con cuidado la carpeta. Frunció el ceño inmediatamente, en ella se encontraba una cantidad de documentos muy reducida, ¿cómo era posible que, si se trataba de un ser sobrenatural, no se tuviera más información al respecto?
En menos de una hora ya habÃa leÃdo todos los documentos que le habÃan ofrecido, dejándola casi en la misma ignorancia que cuando habÃa llegado al museo. Se indicaba la misma información que en la placa y sólo agregaban algunos detalles sobre las pruebas y revisiones (que para Lena sonaban más como experimentos) que se habÃan hecho al individuo, tales como pruebas de sangre, procesos de regeneración y reacción ante ciertas sustancias, que al final les dieron la resolución de que estaban ante un vampiro.
Decepcionada e insatisfecha por la escasez de información, se puso de pie, agradeció al guardia y regresó a la exhibición. Estuvo buen rato observando al vampiro, desde una perspectiva y de otra (le prohibieron tomar fotografÃas) y con cada minuto que pasaba se sentÃa más inquieta, como si algo se le estuviera escapando.
Cuando creyó que no podrÃa sacar ninguna otra información interesante de su visita, dejó la exhibición y fue a la Historium Tower, la torre que se conectaba directamente con el museo. Una vez que llegó a la atalaya, el haber subido más de cien escalones pareció una nimiedad, ya que tenÃa una vista panorámica asombrosa sobre el Markt y las zonas circundantes. HabÃa mucha gente arremolinándose a su alrededor queriendo tomar fotografÃas y observando la ciudad desde las alturas.
Un poco harta de los turistas, decidió dejar la atalaya poco rato después. En el edificio también habÃa un restaurante, en el cual ordenó comida para llevar y no tener que preocuparse por cocinar. Mientras esperaba que su pedido estuviera listo, se tomó una cerveza (sÃ, también habÃa una cervecerÃa) a la vez que hacÃa breves anotaciones en la libreta que habÃa llevado con ella.
Al momento de llegar a su habitación, llamó a Tallulah y le pidió que le permitiera trabajar en casa. Su jefa se mostró reacia al principio, pero terminó aceptando con la condición de que tuviera la nota del vampiro lista para esa misma noche. Lena sabÃa que podÃa hacerlo, sobre todo, porque ya tenÃa planes para cuando el sol se escondiera.
Ya muy entrada la noche, Lena salió de casa con dirección al Historium. No era fin de semana, asà que el centro histórico de la ciudad estaba tranquilo y con poca afluencia, lo cual fue perfecto para su plan. Rodeó el edificio y forzó una de las ventanas para poder escabullirse al interior del edificio; una vez adentro, corrió a esconderse tras el mueble más grande que encontró y esperó a que el guardia terminara de hacer una de las rondas de vigilancia.
Pasado el tiempo que consideró prudente, sacó del bolsillo una linterna diminuta, la cual le proporcionaba sólo la luz necesaria para ver por donde caminaba y no tropezar. Después de localizar la entrada a las salas, repasó en su mente una y otra vez el camino que habÃa tomado para llegar a la exhibición del vampiro, no podÃa darse el lujo de perderse, tenÃa que haber llegado para el momento en que el guardia comenzara la siguiente ronda de vigilancia.
Suspiró aliviada cuando entró a la habitación correcta. El material del ataúd pareció brillar con la escasa luz que llevaba con ella; se acercó y alumbró el rostro del vampiro y un escalofrÃo la recorrió, a pesar de que no habÃa movimiento en el lugar. Aumentó la intensidad de la luz mientras volvÃa a tocar aquel rostro impasible y helado, con la mano recorrió su cara y fue bajando lentamente hasta que llegó a su pecho, alejando la tela que cubrÃa pobremente la flecha.
La flecha estaba igual de helada que el cuerpo en el que estaba incrustada. Acercó la luz al punto donde perforaba el pecho, no habÃa rastro alguno de sangre, aunque un ligero salpullido era notable en la circunferencia que cubrÃa, ¿serÃa debido a todas las pruebas que le habÃan realizado? Deslizó los dedos sobre el metal de la flecha y luego la empuñó, ¿qué pasarÃa si era removida?
Sintió que su mano temblaba y, repentinamente, escuchó el sonido de pasos fuera de la habitación, haciéndola soltar la flecha, no sin antes haberle dado un pequeño jalón que la desacomodó de la posición original. Se giró, bajando la luz de la linterna, esperando que el guardia la descubriera, pero para su sorpresa, nadie entró y el sonido de pasos desapareció poco después.
Regresó la luz a la flecha y trató de acomodarla, ya que el jalón la habÃa sacado unos pocos centÃmetros del pecho. Se detuvo cuando sintió un ligero movimiento en el cuerpo, ¿habÃa sido su imaginación? Lena dirigió la luz al rostro, acercándose con cautela. Y entonces se quedó congelada, el vampiro acababa de abrir los ojos.
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