CapÃtulo 1
Cuando Stella era pequeña, creÃa que, por lo menos, habÃa algo especial en ella: Su cabello. ¿A qué más podÃa aferrarse una niña huérfana de seis años?
En el orfanato, la señorita Williams siempre buscaba hacer comentarios agradables a todas las niñas, a diferencia de las demás trabajadoras del lugar. Y el comentario que ella siempre hacÃa a Stella era que su cabello era muy hermoso.
Muchas de las niñas del orfanato tenÃan cabello rubio, unas bastante más claro que otras, pero solo Stella tenÃa el cabello plateado.
Stella le creÃa a la señorita Williams, ¿por qué iba a mentirle, si siempre habÃa sido buena con ella? Además, algunas de las niñas solÃan mirarla y señalar su cabello, mientras murmuraban cosas, seguro que estaban exclamando lo bonito que era aquel peculiar color.
Pero al cumplir los siete años, Stella se dio cuenta de que estaba equivocada.
No solÃan celebrarse los cumpleaños en el orfanato, ya que la directora siempre decÃa que no habÃa recursos para festejos, que tenÃan que ahorrar para poder seguir manteniendo a todas aquellas niñas hasta que fueran adoptadas. Asà que Stella invitó a algunas de sus compañeras a ir a jugar al jardÃn para celebrar su cumpleaños, pensaba compartir algunos de los dulces que, con mucho esfuerzo, habÃa guardado de aquellas escasas ocasiones en que recibÃan alguno.
—¿Te invitó a ti también? —preguntó una niña de cabello castaño claro, un poco mayor que el resto.
—SÃ, dijo que tendrÃa una sorpresa para nosotros —contestó otra, que se alisaba la falda una y otra vez—. ¿Qué crees que sea?
—Si se trata de Stella, seguramente algo raro. No por nada tiene el cabello de ese color, seguramente sus padres eran unos fenómenos. ¿Cuándo has visto que alguien más tenga el cabello as�
Las dos niñas se rieron y fueron a la cocina a buscar algo que tomar sin permiso. A solo algunos pasos de distancia de donde ellas habÃan estado, Stella se encontraba muy quieta, tratando de asimilar lo que acababa de escuchar; soltó los dulces que llevaba en las manos y luego se arrodilló en el piso, para esconder la cara, que ya estaba llena de lágrimas.
Las niñas nunca la habÃan señalado porque pensaran que su cabello era bonito, sino porque era raro. Sollozó y sintió cómo la falda de su vestido comenzaba a humedecerse.
—¿Stella?
Stella levantó la cabeza y se limpió las lágrimas del rostro, aunque habÃa más saliendo de sus ojos azul claro, del color del cielo, le habÃa dicho la señorita Williams. Y era ella precisamente quien la llamaba.
—¿Qué es lo que sucede, Stella?
La señorita Williams se acercó hasta ella y se arrodilló para que sus rostros quedaran uno frente al otro. Le sonrió con dulzura y le limpió las lágrimas de las mejillas, que estaban sonrosadas debido al llanto.
—¿Por qué lloras?
—Yo… —Stella dudó, ¿serÃa correcto delatar a sus compañeras?—. Escuché…
—¿Te dijeron algo grosero?
—Ellas creen… ellas creen que mi cabello tiene un color raro, que soy un fenómeno.
En cuanto la escuchó, la señorita Williams le acarició el cabello, que le caÃa a Stella alrededor de la cara, tan lacio como una cascada de plata.
—Bueno, algunas personas no tienen buen gusto, ¿no crees?
Stella dejó escapar una risita, mezclada con los sollozos. Aun asÃ, volvió a bajar la mirada, que luego se posó sobre los dulces que estaban regados por el piso.
—Ven, no debes pasar tu cumpleaños llorando. —Le ayudó a recoger los dulces y luego a ponerse de pie—. Guárdalos y come uno cuando estés triste, ya verás que eso te ayuda a sentirte mejor.
Stella asintió, guardando los dulces en los bolsillos de la falda, era lo único bueno que tenÃa aquella prenda, que era de un espantoso color marrón.
—Tengo una sorpresa para ti, pero debe quedar entre nosotros, ¿de acuerdo?
La señorita Williams no esperó a que Stella contestara algo, la tomó de la mano y la hizo caminar a su lado a través del jardÃn.
El orfanato estaba cerca de la ciudad de Salisbury, aunque no lo suficientemente cerca para hacer visitas frecuentes o que las niñas pensaran en escaparse para ir a curiosear, era necesario viajar en caballo o en carruaje para llegar hasta ahÃ.
Pero eso le daba al orfanato mucho espacio para el jardÃn, ya que el edificio, enorme, con paredes de piedra grisácea y cubiertas de pabellón y mansardas, se encontraba en medio de la nada.
La señorita Williams la llevó a la parte más alejada del jardÃn, donde casi a ninguna niña le gustaba ir, porque estaba rodeado de rosas y la directora les tenÃa prohibido correr alrededor para evitar que mancillaran sus plantas.
Escondida entre los rosales habÃa una cajita de cartón blanco. Stella la miró con curiosidad cuando la señorita Williams la puso entre sus manos.
—Feliz cumpleaños, Stella. —Le sonrió—. Sé que no es mucho, pero no podÃa dejar de darte un regalo.
Stella abrió la caja y encontró una tarta de queso con frutas. Suprimió un chillido al ver el postre, decorado con fresas, zarzamoras y frambuesas.
—¿De verdad es toda para m�
—Por supuesto. Pero debes comerlo antes de regresar adentro, ¿de acuerdo? Generalmente las demás niñas no reciben regalos de cumpleaños.
Eso Stella lo sabÃa muy bien y también estaba consciente de que ese regalo habÃa sido pagado con el dinero de la señorita Williams, la directora jamás hubiera dado ni un centavo para la tarta, lo considerarÃa un lujo innecesario.
—Muchas gracias, señorita Williams.
—Disfruta de tu tarta y no más lágrimas, ¿de acuerdo?
Stella asintió y vio cómo su largo cabello castaño se ondeaba mientras se alejaba.
Se sentó sobre el césped y, pesar de ser más bien largucha, trató de quedar escondida entre los rosales. Volvió a admirar la tarta y, después de un par de minutos, por fin tomó una fresa y se la comió. SabÃa exquisita, pocas veces tenÃan oportunidad de comer ese tipo de frutas.
Tomó una frambuesa y, cuando estaba por meterla a su boca, notó que un cuervo se habÃa posado a unos cuantos pasos de ella y la miraba fijamente. Stella no temÃa a los animales, de hecho, era de las pocas niñas a las que no le importaba tocarlos, fuera un bicho o alguna ardilla que rondaba los jardines.
Pero aquel cuervo era diferente. No se habÃa posado frente a ella buscando algo que comer, la estaba mirando. Y lo más raro: TenÃa los ojos grises. Su primer pensamiento fue que era ciego, pero no parecÃa serlo, por como parecÃa mirarla. Stella no habÃa visto muchos cuervos en su vida y, ciertamente, nunca habÃa visto a uno como el que tenÃa enfrente.
Se quedó quieta, mirándolo. Él se acercó lentamente, hasta que quedó a unos cuantos centÃmetros de Stella. Sin saber qué más hacer, acercó la frambuesa al cuervo, ofreciéndosela.
El cuervo no la tomó de inmediato y Stella casi podrÃa jurar que estaba decidiendo qué hacer, ya que miraba la frambuesa y luego la miraba a ella, si es que se podÃa llamar «mirar» al hecho de que movÃa la cabeza de un lado a otro de forma muy curiosa.
Al final, el cuervo tomó la frambuesa, luego la dejó caer sobre el césped y comenzó a picotearla. Stella no puso reprimir una risita, aquel sà que era un animal extraño, aunque de alguna manera, le parecÃa un poco adorable.
Stella continuó comiéndose la tarta y compartió otra frambuesa con el cuervo. Era el último dÃa de febrero, asà que el clima aún era un poco frÃo, pero a Stella no le importó, aquella tarde en el jardÃn, bajo los escasos rayos del sol, en compañÃa de aquella ave, habÃa terminado siendo un buen cumpleaños.
★ ★ ★
Stella nunca fue particularmente parlanchina, asà que desde que descubrió que su color de cabello era tema de burla, se hizo aún más huraña. HabÃa unas cuantas niñas que la saludaban o se sentaban a comer con ella de vez en cuando, pero no eran precisamente sus amigas. Asà que siguió refugiándose con la señorita Williams, quien siempre tenÃa palabras de aliento y positivismo para ella.
Todas las niñas se levantaban temprano, tenÃan sus clases durante toda la mañana y después de la hora de la comida, realizaban sus labores escolares en el mismo salón de clases. Una vez terminadas sus actividades, las niñas podÃan usar su tiempo como desearan, aunque tenÃan prohibido ir más allá del jardÃn.
Stella siempre cumplÃa con esas indicaciones, sin embargo, se habÃa vuelto a topar con el cuervo de ojos grises, lo cual cambió un poco esa rutina.
El cuervo apareció de nuevo un par de dÃas después de su cumpleaños, Stella lo vio a través de las ventanas del salón de clases, estaba sobre la rama de un frondoso árbol. Nadie más parecÃa haberlo notado, aunque no era de sorprender, solo Stella soñaba despierta mirando al jardÃn y fue asà que lo habÃa visto.
Por algunos dÃas, Stella se dedicó a buscar al cuervo, porque siempre regresaba al mismo árbol, a la misma rama; era casi como si encontrarlo escondido entre las hojas fuera su misión del dÃa.
Pero a la segunda semana, una vez que terminó sus deberes, fue directamente al jardÃn a buscar al cuervo. Las demás niñas jugaban y corrÃan por todo el rededor, pero lo único que hacÃa Stella era observar al cuervo y sonreÃr cuando se daba cuenta de que él también la miraba.
Como nadie la invitaba a jugar, aquel árbol se volvió su refugio. Se enseñó a trepar en él (aunque no sin haberse caÃdo un par de veces) y cuando alcanzaba la rama donde el cuervo se posaba, éste no volaba por su cercanÃa, se quedaba muy quieto, mirando a Stella.
Ya no pasaba el tiempo deseando que las niñas la invitaran a jugar o recorriendo el orfanato hasta la hora de la cena, la compañÃa del cuervo era lo que más le gustaba, asà que siempre que iba al árbol llevaba un libro o el trabajo de costura incompleto que la señorita Williams le estaba enseñando a hacer.
Stella no sabÃa qué comÃan los cuervos, pero siempre guardaba una porción de su comida (que de por sà era poca) y se la llevaba a su emplumado amigo. A veces, incluso se escapaba rápidamente después de la cena para dejarle algo bajo la rama del árbol, esperando que el cuervo la encontrara.
La única que reparó en que Stella tenÃa contacto con el cuervo fue la señorita Williams, quien habÃa visto a la niña, dÃa tras dÃa, trepar al árbol y acariciarlo.
—Te has hecho de un nuevo amigo, ¿eh?
—¡SÃ! —respondió Stella emocionada.
Ambas estaban sentadas entre los rosales, disfrutando el clima primaveral. El cuervo se encontraba posado sobre el hombro de Stella, muy quieto, aunque con las alas ligeramente grifas.
—¿Le digo un secreto?
La señorita Williams sonrió, dándole a entender a Stella que podÃa confiar en ella.
—El otro dÃa, Anne estaba diciendo cosas sobre mi cabello, ya sabe. —Se alzó de hombros—. Y entonces apareció Ónix y le dio un picotazo. Fue muy divertido.
—Los cuervos tienen una memoria excepcional —explicó la señorita Williams—. Siempre recuerdan quien los trata bien y quien no. —Extendió la mano, tratando de que Ónix se posara en ella. El cuervo la miró, pero no se movió—. Y por lo que veo, has sido muy buena con él si pasa tanto tiempo contigo.
—Me gusta que esté conmigo.
—Es un buen amigo, cuÃdalo bien.
Al final, Ónix sà voló a la mano de la señorita Williams, asà que Stella sabÃa que le habÃa dado su aprobación.
★ ★ ★
Los dÃas se convirtieron en semanas, luego las semanas en meses y fue asà que Stella continuó su singular amistad con el cuervo.
Las niñas habÃan comenzado a murmurar de eso también, pero Stella habÃa decidió hacer oÃdos sordos a sus comentarios, después de todo, ¿qué podÃa hacer? No querÃa dejar abandonado al cuervo, el único que realmente no parecÃa escandalizado por nada sobre ella.
Sin embargo, por mucho que Stella estuviera encariñada con Ónix, habÃa un deseo secreto que él no podÃa ayudarle a obtener: Una familia.
Muchas de las niñas de su edad ya se habÃan ido del orfanato, adoptadas por parejas que parecÃan los padres ideales. Incluso las niñas mayores habÃan conseguido una familia, pero Stella seguÃa ahÃ, nadie la habÃa mirado, ni tratado de hablar con ella para saber si serÃa la hija que estaban buscando.
Cuando estaba por cumplir diez años, vio que una pareja adoptaba a las últimas dos niñas que habÃan crecido con ella; se habÃan ido todas. HabÃa más niñas, claro, porque nunca dejaban de llegar al orfanato, aunque eso solo aumentaba la tristeza de Stella, porque era la única que seguÃa ahà año tras año.
Un dÃa simplemente no pudo más y comenzó a llorar, sentada bajo la sombra del árbol, con Ónix posado en su hombro. El cuervo, al escuchar sus sollozos, movió el pico hacia la mejilla de Stella, casi como si estuviera tratando de hacerle una caricia.
Stella se habÃa tapado el rostro con ambas manos, asà que no se dio cuenta de que la señorita Williams se habÃa sentado a su lado; fue hasta que sintió que la abrazaban que se descubrió la cara, topándose con los ojos castaños de aquella dulce mujer que era la única que parecÃa tenerle afecto.
—¿Qué sucede, Stella?
Stella dudó. ¿Se sentirÃa mal la señorita Williams si le decÃa que deseaba irse del orfanato? Ella siempre habÃa sido muy amable y definitivamente la extrañarÃa si se fuera, pero tener una familia… era algo que anhelaba con todas sus fuerzas.
—Todas las niñas con las que crecÃ… todas tienen una familia ahora. Y yo…
—Oh, Stella.
La señorita Williams la abrazó más fuerte, haciendo que la niña sintiera deseos de seguir llorando y que Ónix volara al contacto, aunque solo se posó a un lado de Stella.
—Sé que puede ser difÃcil ver que todas se han ido y es totalmente comprensible que desees ir con alguna familia. Pero entiende esto. —Le tomó el mentón a Stella y la hizo mirarla—. Cuando sea que ese momento llegue, porque seguro que llegará, la pareja que te lleve con ellos serán personas maravillosas que te harán muy feliz, porque no puedo ser de otro modo, no con una niña tan bonita y noble como tú.
Stella no pareció muy convencida, pero asintió, mientras la señorita Williams le acariciaba el cabello con ternura.
El tiempo siguió pasando. Stella habÃa aceptado las palabras de la señorita Williams, aunque de alguna manera, secretamente, sentÃa que nadie la adoptarÃa jamás, que estaba destinada a permanecer en el orfanato por siempre.
Por lo menos, si seguirÃa ahÃ, estarÃa acompañada de la señorita Williams y de Ónix, ellos eran todo su consuelo y felicidad en aquel lugar que se sentÃa tan sombrÃo todo el tiempo.
Pero nuevamente, Stella se equivocaba.
A un par de dÃas de su cumpleaños número doce, la señorita Williams le pidió a Stella que se encontraran en el jardÃn, entre las rosas, ya que aquel espacio se habÃa convertido en su lugar especial.
Stella acudió a la cita puntualmente, acompañada de Ónix, que estaba posado en su hombro. Sentir las garras del ave se habÃa convertido en algo habitual y cuando él no estaba, se sentÃa un halo de vacÃo.
Stella sonrió cuando vislumbró a la señorita Williams acercarse. Sin embargo, al tenerla frente a ella, la miró con curiosidad, no estaba vistiendo el uniforme del orfanato, lucÃa un bonito vestido en rosa pastel con una pomposa falda.
La señorita Williams le sonrió, a la vez que se arrodillaba frente a ella y luego le entregaba una pequeña caja en color blanco. Stella sabÃa qué era, porque cada cumpleaños, sin falta, recibÃa una tarta, aunque no comprendÃa por qué se la estaba entregando en ese momento, cuando no era su cumpleaños aún.
—Mi bella Stella. —Le acarició la mejilla—. Este año tengo que entregarte tu regalo antes, porque…
La sonrisa de la señorita Williams se tambaleó en sus labios y luego suspiró con un halo de pesar.
—Me temo que no podré estar aquà el dÃa de tu cumpleaños.
—¿Por qué?
—Yo, ehm… he encontrado una persona con la que viviré de ahora en adelante. —Instintivamente, se tocó la sortija que llevaba puesta—. Pero esa persona vive en otra ciudad y yo…
—¿Se irá?
La señorita Williams escuchó el temor que invadÃa la voz de Stella y no pudo evitar que las lágrimas se le escaparan. Se le empañó la vista mientras miraba aquella niña que tenÃa el rostro con una expresión de total desconcierto.
—Ay, Stella. —La abrazó con fuerza y sus lágrimas se perdieron entre los deslumbrantes cabellos plateados de la niña—. No quisiera dejarte aquÃ, has sido mi luz en todos estos años en este lugar.
Stella se sentÃa igual sobre ella, pero entonces, ¿por qué se marchaba? ¿Por qué iba a dejarla sola en el orfanato?
—Tengo que irme ahora. —Se separó de Stella, volviendo a mirar su rostro, que ahora también estaba inundado de lágrimas—. Pero regresaré por ti —prometió—. No sé cuánto tiempo tarde, pero voy a regresar por ti —repitió—. ¿De acuerdo?
Stella asintió mientras sollozaba. Sus manos, sin que se diera cuenta, se habÃan aferrado con fuerza a la falda de su vestido; no querÃa soltarla, sentÃa un terror descomunal de verla marchar.
 —¿Samantha?
Ambas dirigieron la vista hacia el lugar de donde provenÃa aquella profunda voz. Se trataba de un hombre, alto y delgado, con cabellos rubios y ojos en tono miel. Entonces, Stella lo comprendió, era la persona de la que la señorita Williams hablaba, era con quien se irÃa, quien se la llevarÃa de su lado.
El desconocido se acercó, se puso de cuclillas al lado de la señorita Williams y miró a Stella, dándole una sonrisa.
—Tú debes ser Stella.
Stella lo miró con desconfianza y sintió que en su pecho se alojaba algo que no habÃa sentido antes: Resentimiento. Aquel hombre se llevarÃa a la única persona que habÃa sido buena con ella, quien la habÃa querido, quien la habÃa acompañado; por su culpa, se quedarÃa sin nadie en quien confiar.
—No estés triste. Samantha y yo regresaremos a verte.
Aquellas palabras no le dieron consuelo alguno a Stella y la señorita Williams parecÃa haberlo notado, sobre todo, porque tampoco eran consuelo para ella.
—CuÃdate mucho, Stella. —Le limpió las lágrimas del rostro y luego le dio un beso en la frente—. Nos veremos más pronto de lo que crees.
La señorita Williams se puso de pie, le dio una sonrisa triste y comenzó a alejarse de la mano del desconocido.
Stella se quedó mirando el camino por el que Samantha Williams habÃa desaparecido, mientras sostenÃa la caja con la tarta.
El graznido de Ónix la hizo volver a la realidad. El cuervo se habÃa vuelto a posar sobre su hombro y metÃa el pico entre su cabello suelto, al parecer, tratando de consolarla.
—Supongo que ahora somos solo tú y yo, Ónix.
Abrió la caja, mostrando la tarta llena de frutas. Tomó una frambuesa y se la dio a Ónix, como lo habÃa hecho cada año desde que sus caminos se habÃan cruzado.
El resto del dÃa le pareció un borrón, no habÃa prestado atención a nada a su alrededor desde que la señorita Williams se habÃa marchado. Además, solo ella parecÃa estar sufriendo por esa terrible noticia, las demás trabajadoras y niñas del orfanato no mostraban signos de que les importara en lo absoluto.
Por la tarde, cuando todas las niñas fueron llamadas para dejar el jardÃn e ir al comedor, Stella hizo pasar a Ónix de su hombro a su mano.
—Ahora somos solo tú y yo, Ónix —repitió—. Te veré mañana.
Stella vio a Ónix emprender el vuelo, sin saber que esa serÃa la última vez que lo verÃa.
Â
CapÃtulo 2
Â
Caminaba por un pasillo ancho que parecÃa no tener fin. VestÃa un camisón blanco, tan largo que arrastraba en el piso, cubriendo sus pies desnudos. HabÃa enormes ventanales a su alrededor, pero no podÃa vislumbrar nada a través de ellos, todo lo que veÃa era su reflejo en las paredes que estaban hechas de reluciente cristal, ¿o eran espejos?
Su cabello plateado relucÃa, casi como si brillara en sintonÃa con las paredes a su alrededor. Una luz apareció al final del pasillo, pero éste era tan extenso, que la luz se veÃa a kilómetros de distancia. Caminó más rápido, si llegaba a la luz, algo buen pasarÃa, tenÃa ese presentimiento.
Comenzó a correr. Corrió y corrió y cuando estuvo a escasos metros de la luz, una calidez invadió su pecho. ¿Qué era aquel lugar? ¿Y aquella luz?
—Está yendo hacia ti…
¿De quién era esa voz? ¿Qué cosa estaba yendo hacia ella? No podÃa ver nada, estaba sola en el pasillo, rodeada de destellos.
Cuando finalmente estuvo frente a la luz, extendió el brazo, querÃa tocarla y descubrir que habÃa tras ella o dentro de ella. Estiró la mano, sintió el calor en las yemas de sus dedos, pero por más que se esforzó, su mano no pudo aferrarse a nada.
Repentinamente, la luz pareció explotar. No hubo ruido ni dolor, pero tuvo que cubrirse el rostro con los brazos para evitar que la luz la cegara.
Se sentó sobre la cama, jadeando y sudando. Miró a su alrededor, aunque no logró percibir gran cosa, porque las luces se habÃan apagado desde mucho rato antes. Las demás niñas estaban muy quietas en sus camas, durmiendo.
Exhaló, tratando de calmarse, solo habÃa sido un sueño. La luz de la luna entraba a raudales por la ventana, dejando caer una gruesa lÃnea de luz sobre el piso, aunque no iluminaba la mayor parte de la habitación.
Stella se levantó de la cama y fue hasta el reloj de pared que estaba junto a la puerta de entrada. Solo eran unos minutos después de la medianoche. Sintió un halo de tristeza al saber que su cumpleaños habÃa llegado y estaba destinada a pasarlo sola.
La señorita Williams se habÃa ido y Ónix no habÃa vuelto a aparecer desde ese mismo dÃa, asà que parecÃa que ambos la habÃan abandonado.
Regresó sus pasos hasta su cama, que era la más cercana a la ventana, y se sentó. Cuando estaba a punto de acostarse nuevamente, notó que una sombra se reflejaba a través de la ventana, haciéndola estremecer.
Tomando valor, se levantó de nuevo y se acercó a la ventana, conteniendo la respiración y temiendo encontrar algo digno de una historia de terror. Cuando estuvo frente a la ventana, exhaló de alivio al notar que se trataba de un gato negro.
Quitó los seguros y abrió despacio, para evitar hacer ruido y despertar a las demás. El gato estaba sentado sobre el alféizar que sobresalÃa por fuera de la ventana; era estrecho, pero el animal se habÃa hecho caber perfectamente.
Stella lo miró algunos segundos, mientras el gato se ponÃa de pie y se acercaba a ella con movimientos gráciles, sin parecer preocupado por la posibilidad de caerse. Ella le acarició la cabeza, sintiendo su suave pelaje y logrando que el felino comenzara a ronronear.
—Shhh, alguien podrÃa escucharte —susurró Stella, desconociendo si el animal realmente entenderÃa su mandato.
Cuando alejó su mano, él levantó la cabeza y la miró. Stella suprimió un chillido al notar que los ojos del gato eran grises. Tuvo una rara sensación ante ese descubrimiento, aunque no sabÃa qué significaba en realidad. Giró la cabeza para revisar que las demás siguieran durmiendo y al notar que asà era, suspiró y miró al gato de nuevo.
—Ven aquÃ. —Stella lo tomó entre sus brazos.
Era un gato grande, aunque lo suficientemente esbelto para habérselas arreglado para subir al primer piso y aparecer ahÃ. Stella lo soltó sobre su cama y luego se sentó, mirándolo de nuevo.
—Puedes quedarte aquà si quieres, pero debes ser silencioso y permanecer conmigo, ¿de acuerdo? Si otra niña te ve, ambos tendremos problemas.
Stella se imaginó a alguna de las encargadas espantando al gato con una escoba y cómo posterior a eso le darÃa algún castigo a ella por dejarlo entrar. Claro que era algo que el gato no comprenderÃa, pero esperaba que fuera un animal bien portado.
Suspiró y fue a cerrar la ventana antes de volver a acostarse en la cama, haciendo que el gato se quedara a su lado, escondido entre las cobijas.
—Por favor, pórtate bien —pidió en tono bajo.
El gato no se movió, no hubo maullidos ni más ronroneos, únicamente se pegó más a Stella, haciéndola sentir una calidez agradable que la llevó al mundo de los sueños de nuevo.
★ ★ ★
Cuando Stella despertó al dÃa siguiente, se sobresaltó al notar que el gato no estaba junto a ella. Se levantó de la cama casi de un salto, logrando que las demás niñas la miraran con el ceño fruncido; ella les sonrió forzadamente y comenzó a inspeccionar el lugar con la mirada.
El gato no se veÃa por ningún lado, asà que esperaba que estuviera escondido y nadie lo viera antes de que ella regresara a la habitación. Cuando se agachó para sacar sus zapatos de debajo de la cama, soltó un suspiro de alivio cuando se encontró con un par de ojos grises. El gato estaba ahÃ, hecho ovillo sobre una vieja frazada que Stella tenÃa olvidada.
Stella continuó preparándose para ir al comedor, aunque muy lentamente, necesitaba que todas las niñas salieran de la habitación antes que ella. Cuando estuvo sola, miró al gato de nuevo.
—Estaré fuera casi todo el dÃa. Dejaré la ventana abierta, si es que quieres salir —le dijo Stella, sintiéndose un poco tonta de darle indicaciones a un gato—. Pórtate bien.
A diferencia de Ónix, que siempre la encontraba en el jardÃn, tener un gato escondido en la habitación era mucho más peligroso, con posibilidad de que el minino decidiera hacer alguna travesura y Stella recibiera una reprimenda por ello.
Salió y se encaminó al comedor, pero mientras desayunaba y luego mientras recibÃa sus lecciones, sus pensamientos siempre eran sobre el gato, la tenÃa inquieta pensar qué podrÃa descubrir al llegar a la habitación.
Después de la hora de comer y antes de ir a hacer sus deberes del dÃa, Stella fue a la habitación, llevando una porción de comida. Para su tranquilidad, no se veÃa desorden alguno y el gato seguÃa debajo de la cama.
—Lo estás haciendo muy bien. —Sonrió y luego puso la comida a su lado—. Iré a hacer los deberes y luego estaré en el jardÃn. SerÃa bueno que bajaras un rato, pero si quieres quedarte aquÃ, solo sigue sin hacer desorden, ¿de acuerdo?
No es que Stella esperara una respuesta, pero la hacÃa sentir más tranquila decirle todo aquello, parecÃa haberlo entendido hasta el momento. Ónix siempre parecÃa haberle entendido, asà que, ¿por qué no intentarlo con ese gato? Suspiró. Pensar en Ónix todavÃa la entristecÃa, ¿qué habÃa pasado con él?
Por la tarde, cuando Stella fue al jardÃn, se encontró con el gato ahÃ, pero lo más curioso era que estaba justo en la rama que ella solÃa ocupar, cuando Ónix todavÃa rondaba el orfanato.
—Acertaste —dijo Stella, a la vez que comenzaba a trepar—. Hazme un espacio.
Sorprendentemente, el gato lo hizo. Cuando Stella se posó en la rama, él se acercó y se puso a su lado; ella le acarició la cabeza, logrando que el felino comenzara a ronronear.
—¿Eres mi regalo de cumpleaños, acaso?
El gato la miró, luego posó la cabeza en la pierna de Stella, casi pidiendo que lo siguiera acariciando. Ella sonrió y lo hizo. Nadie se habÃa acordado de su cumpleaños, asà que aquel felino era su única compañÃa del dÃa.
Cuando Stella dejó el jardÃn para ir a cenar, nuevamente volvió indicarle al gato qué hacer. Una hora más tarde, corrió hasta la habitación, para ser la primera en llegar, alegrándose al ver que el gato estaba esperando debajo de la cama; le dio la pequeña porción de comida y luego comenzó a cambiarse la ropa, para que las demás niñas no sospecharan nada.
Las luces se apagaron. Stella esperó hasta que la habitación se sumió en total silencio antes de levantarse de la cama y buscar al gato.
—Ven aquÃ. —Lo sacó de debajo de la cama.
Su cama era estrecha, pero Stella pudo hacer un hueco para que el gato se echara a su lado, luego tapó a ambos con las frazadas.
—Buenas noches —susurró, antes de quedarse dormida.
★ ★ ★
Stella se quedó con el gato, al cual nombró Sombra. Aunque quizá no fue tanto su decisión que se quedara, sino más bien la del gato de no irse.
Ahora que era mayor, Stella era más cuidadosa con respecto a dejar que las demás niñas vieran a Sombra. Lo habÃan visto rondando en el jardÃn, pero jamás se habÃan percatado de que pasaba las noches en la habitación, de haberlo visto, lo habrÃa sabido enseguida, ya que parecÃan tenerle cierto recelo por ser negro y hubieran armado un escándalo.
A pesar de que Sombra se habÃa vuelto su nuevo y único amigo en el orfanato, no lograba que dejara de extrañar a la señorita Williams. También echaba de menos a Ónix, pero la señorita Williams era diferente, con ella habÃa podido hablar, escuchar historias fantásticas y aprender de costura y jardinerÃa.
Y a pesar de la vaga promesa que habÃa hecho, Stella le creÃa. Si la señorita Williams habÃa dicho que regresarÃa por ella, lo harÃa, aunque tardara en hacerlo. La esperarÃa, de cualquier manera, no tenÃa ningún otro lugar al que ir, habÃa dejado de hacerse ilusiones con respecto a encontrar una familia.
Estando bajo la sombra de su árbol favorito, garabateaba sobre su cuaderno, dejando que el tiempo corriera hasta que fuera la hora de cenar.
—¿Qué tanto escribes?
Un grupo de niñas se habÃa acercado y Jane, la que parecÃa ser la lÃder, le arrebató el cuaderno a Stella. Ella se puso de pie inmediatamente, pero las demás no le permitieron que lo recuperara.
—Stella Williams —dijo Jane con burla y las demás se rieron al escucharla—. ¿Eres tonta, acaso?
Stella frunció el ceño y le arrebató el cuaderno a Jane, aunque parecÃa no interesarle, ya tenÃa algo con qué burlarse de ella.
—Tu adorada señorita Williams se casó y se fue, asà que ya no se apellida asà y, además, si te quisiera con ella, te hubiera adoptado al irse.
—Las adopciones llevan tiempo —contestó Stella, acongojada.
—Trabajó aquà por años, sabÃa bien los trámites. Pudo haberlos iniciado desde hace mucho tiempo, pero no lo hizo. —Sonrió socarronamente—. No te quiere. Nadie te quiere, jamás van a adoptarte.
Stella se habÃa prometido ya no hacer caso a las burlas de sus compañeras, pero en ocasiones le era imposible no escucharlas, conseguÃan ser crueles de una forma u otra.
Se le llenaron los ojos de lágrimas, a la vez que abrazaba el cuaderno con fuerza. Repentinamente, Sombra apareció a su lado, logrando que todas las niñas parecieran incómodas ante su presencia. Sombra le bufó a Jane, quien pareció asustada de inmediato, además de que logró que algunas de ellas se marcharan.
—Sombra, no —dijo Stella, tragándose los sollozos.
Sombra parecÃa a punto de brincar sobre Jane, pero finalmente se quedó al lado de Stella.
Cuando todas las niñas se marcharon, Stella volvió a sentarse bajo el árbol, aunque su ánimo habÃa decaÃdo totalmente.
—Sà que tenÃa ganas de que la mordieras —confesó, mientras lo acariciaba—. Pero habrÃan pedido que te echaran de aquà y no podrÃas pasear por el jardÃn libremente.
Sombra ronroneó y una débil sonrisa apareció en el rostro de Stella.
—Tú no les crees, ¿verdad? —Suspiró—. Sé que no conociste a la señorita Williams, pero ella no romperÃa su promesa. Va a regresar por mÃ.
Stella estuvo en el jardÃn hasta que notificaron a las niñas que era hora de cenar. Acarició la cabeza de Sombra y le susurró que lo verÃa en la habitación, como cada noche.
★ ★ ★
Estaba en una habitación con paredes de cristal, sentada sobre la cama. Sintió la seda de las sábanas sobre las que estaba, de un color blanco tan pulcro que casi parecÃa desprender destellos. Llevaba un vestido azul claro, como el color de sus ojos; era largo y holgado después del busto.
Casi como un murmullo, escuchó música, más allá de la enorme puerta que la separaba del pasillo. Se levantó y se miró en el espejo que cubrÃa la mitad de una de las paredes de la habitación. Su cabello resplandecÃa bajo una tiara de cristales azules, del mismo tono de su vestido.
Se dirigió hacia la puerta y al tomar la perilla, sintió una calidez que le recorrió todo el cuerpo. No estaba asustada, aunque la situación le resultaba inusual. Abrió la puerta y salió, encontrando un enorme pasillo recubierto de cristal y plata; en las paredes no habÃa nada que la guiara, asà que solo caminó, atraÃda por las notas, que cada vez se escuchaban más cerca.
Las risas flotaban en el aire. ParecÃa que pronto se encontrarÃa con los dueños de aquellas risas y de los creadores de aquellas bellas notas. Pero por más que caminaba, el pasillo no parecÃa terminar, solo le permitÃa escuchar todo con mayor claridad.
Una luz la alcanzó y se posó frente a ella. Cuando trató de tocarla, se transformó en la silueta de un ave, que voló alrededor de ella, logrando que sus cabellos se movieran al compás del viento. Repentinamente, la luz volvió a transformarse y vio la silueta de un gato caminar a un lado de ella; se agachó para tocarlo, pero la luz volvió a volar libre, sin forma y, sin que lo esperara, se hundió directamente en su pecho.
Inhaló con fuerza y se sentó de golpe, haciendo que las frazadas se resbalaran de la cama. Agradeció infinitamente encontrarse sola en la habitación, de lo contrario, seguramente habrÃa despertado a alguien.
Esperó unos segundos para que su respiración se calmara, luego se levantó y fue directamente a encender la luz. Al caminar de regreso a la cama, no pudo evitar echarse un vistazo en el espejo: Su cabello estaba desordenado, pero no habÃa resplandor en él, como lo habÃa visto en sus sueños.
El camisón de dormir mostraba las ligeras curvas que se habÃan acentuado en su largucha figura, ya que habÃa dejado la niñez desde hacÃa algunos años. Suspiró y trató de desenredarse el cabello con los dedos, a pesar de que se enredarÃa de nuevo en cuanto volviera a dormir.
Sombra salió de debajo de la cama. A pesar de que Stella habÃa recibido una habitación para ella sola desde que cumplió quince años, se habÃan quedado acostumbrados a que él se escondiera, solo en caso de que alguien husmeara.
Como nadie la habÃa adoptado, la directora parecÃa haber dado por hecho que Stella vivirÃa ahà y se convertirÃa en una de las trabajadoras que cuidaban a las niñas, aunque claro, sin pago extra, suficiente hacÃa con darle un techo y alimentarla.
Stella no se quejaba, hubiera sido peor que le hubieran pedido irse, porque no tenÃa a donde ir. Por lo menos tenÃa su propia habitación, diminuta, pero suya.
—Ven —llamó a Sombra, dando un golpecito al colchón.
Sombra obedeció y brincó a la cama, posándose a un lado de Stella, quien le acarició la cabeza de inmediato.
—Otra vez esos sueños, Sombra.
Desde su cumpleaños doce, habÃa tenido esos extraños sueños. A veces solo tenÃa la sensación de caminar entre luz o sentir el tibio contacto de algo que no podÃa ver; pero habÃa ocasiones en que los sueños eran claros, veÃa habitaciones y pasillos que no reconocÃa, aunque de alguna manera le resultaban familiares.
No soñaba con eso todos los dÃas, a veces simplemente eran sueños amargos donde las niñas del orfanato se reÃan de ella o veÃa a la señorita Williams marcharse sin despedirse.
Giró la cabeza y miró el reloj de pared, pasaban unos minutos de la medianoche.
—Feliz cumpleaños para mà —dijo Stella y luego lanzó un suspiro.
Sombra le mordió la manga del camisón, logrando que Stella lo mirara. Cuando iba a acariciarlo, él bajó de la cama, se dirigió a la puerta y se paró en dos patas, recargando su peso en ella.
—¿Qué te pasa? ¿Por qué no sales por la ventana?
Sombra no se movió y maulló, indicándole que abriera la puerta. Stella bufó, aunque terminó poniéndose de pie y fue hasta él, para dejarlo salir. Sin embargo, cuando ya tenÃa forma de irse, Sombra se quedó ahÃ, mirándola y maullando de nuevo.
—¿Quieres que vaya contigo?
Otro maullido. Stella se alzó de hombros y comenzó a caminar tras Sombra.
Durante todos sus años en el orfanato, habÃa aprendido a moverse por él casi con los ojos cerrados e incluso habÃa encontrado atajos para llegar a la cocina o salir al jardÃn.
Sombra la llevó a la puerta de salida del orfanato, logrando que Stella frunciera el ceño. Se alegraba de que su habitación ahora estaba en la planta baja y le era más fácil escabullirse por todo el lugar.
Sombra se movió a través del jardÃn, con Stella tras él. Cuando llegaron hasta el puente, ella se detuvo de inmediato.
—Creo que tendrás que ir solo desde aquÃ.
Ninguna niña lo habÃa cruzado, ni siquiera Stella, ahora que era una adolescente. El puente estaba sobre un riachuelo que corrÃa donde terminaban los terrenos del orfanato y cruzándolo, se encontraba un bosque que no parecÃa tener fin. Nunca le habÃa interesado cruzar el puente y ciertamente no se sentÃa tentada en ese momento, mucho menos porque ya pasaba de medianoche.
Sombra maulló y maulló, cada vez con más intensidad, hasta que Stella comenzó a preocuparse. El orfanato estaba bastante lejos del puente, pero todo estaba en total silencio y los maullidos de Sombra sonaban histéricos, casi como si el viento se encargara de hacerlos llegar a todos lados.
—Está bien, ya voy.
Sombra dejó de maullar de inmediato, logrando que Stella resoplara.
Siguió a Sombra entre los árboles, ningún camino marcado, aunque de alguna manera, parecÃa que el gato sabÃa bien a donde iba.
Llegaron a un claro, habÃa troncos secos y algunas rocas de tamaño considerable; Sombra se posó sobre una de ellas.
Stella se estremeció, tanto por el clima frÃo como por los ruidos irreconocibles que rompÃan el silencio del bosque. Miró alrededor, esperando no encontrar algún animal salvaje que pudiera atacarlos.
Sombra maulló, logrando que Stella enfocara su atención en él de nuevo.
—¿Qué demonios hacemos aquÃ, Sombra?
Evidentemente, el gato no respondió, pero lo que sucedió después dejó a Stella impactada: Sombra habÃa comenzado a rodearse de una luz blanquecina. Esa luz le recordaba a las que habÃa visto en sus sueños, pero no era posible… ¿o sÃ?
La silueta de Sombra comenzó a cambiar, estaba alargándose, haciendo que la luz iluminara el claro con una intensidad impetuosa.
Cuando la luz desapareció, Stella se quedó muy quieta, mirando al lugar donde antes estaba su mascota.
Sombra ya no estaba, en su lugar, habÃa un chico, quien la miraba fijamente.
******
Encuentra la historia completa aquÃ.