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Selene Orega

Luces de Navidad: Anya & Aiden

Actualizado: 21 nov 2021

—¡Anya!

La estridente voz de su madre se coló en su habitación como si estuviera tras la puerta y no en la planta baja.

—¡Los Jones vendrán a cenar! ¡No quiero que bajes tarde!

Anya rodó los ojos ante la noticia, aprovechando que su madre no estaba ahí para reñirla por su reacción.

—¡Anya!

—¡Ya te he escuchado, madre!

Se dejó caer sobre la cama y resopló. ¿Alguna vez los Jones dejarían de torturarla con sus visitas? ¿Alguna vez sería lo suficiente valiente para desafiar a su madre y no aparecer en el comedor mientras la familia de la casa vecina estaba ahí? La respuesta para ambas cuestiones era NO.

La presencia de los Jones se había vuelto una tradición en la casa de los Collins; desde que Anya tenía uso de razón, los vecinos aparecían para compartir la cena o llegaban muy sonrientes a invitarlos a una función de cine.

Los Jones eran como una postal perfecta: Madeleine, siempre ataviada con vestidos ajustados en colores pasteles que resaltaban su cabello castaño oscuro; Stephen, enfundando en impecables trajes negros o grises y luciendo una amplia sonrisa; y Aiden, con su cabello rubio oscuro con un peinado desenfadado y jeans, tratando de hacerle creer a la gente que no le importaba su estilo, cuando en realidad pasaba horas arreglándose de esa manera.

A Anya no le importa la forma en que Madeleine daba pasitos mesurados como si fuera una muñeca de porcelana que pudiera romperse o cómo Stephen se sentaba a la mesa y la inundaba de chistes que no eran buenos; el verdadero problema era Aiden y su halo de chico perfecto.

Aiden pocas veces hablaba en sus visitas y, aun así, parecía iluminar la estancia con sus ojos verdes; aunque Anya sabía que no se comportaba así en la escuela, lo había visto reír con sus compañeros del equipo de básquetbol o sonreírles a las guapas porristas.

¿Y por qué un chico que parecía una maravilla (tanto del interior como del exterior) era una pesadilla para Anya? Porque los padres de ambos no habían podido quedarse callados y osaron lanzar su profecía: Aiden y ella terminarían juntos. ¿Qué era lo peor? Que ella también lo creyó.

Aún recordaba cuando escuchó aquel comentario la primera vez. No es que recordara muchas cosas de cuando tenía 5 años, pero ¿cómo olvidar las expectativas de los Collins y los Jones para sus hijos? Aiden y ella se encontraban sentados juntos, en la sala, mientras los adultos platicaban.

—Míralos —dijo Madeleine, sonriendo—. Tan quietos y sin hablar. Te apuesto lo que quieras a que cuando crezcan se enamorarán.

—¿De verdad lo crees? —Jossie miró a su hija brevemente.

—Ya lo verás. —Le guiñó un ojo—. Pasamos tanto tiempo con ustedes, que será inevitable. Stephen piensa lo mismo.

—Aiden es un encanto, un romance entre ellos sería adorable.

—Anya es una belleza, sería perfecto que se emparejara con mi hijo.

Anya las miraba atentamente, ignorando al niño a su lado; ellas no parecían darse cuenta de que las estaba escuchando o quizá era que no les importaba que lo hiciera.

¿En realidad pensaba Madeleine Jones que ella era una belleza? Rememorando sus comentarios a la vez que se miraba en el espejo, se sentía dudosa. ¿Sería que lo decía porque era la hija de una de sus mejores amigas? Ver su reflejo la hacía pensar que era una posibilidad, porque no encontraba nada especial en su cabello alborotado de un color castaño aburrido, sus ojos color chocolate o las pecas que se situaban estratégicamente sobre sus mejillas y nariz.

Pero había habido un tiempo lejano donde su falta de buenos atributos físicos no le había importado en absoluto y se había atrevido a fijarse en Aiden. No se lanzó por él a los 5 años, cuando aquella conversación le había parecido rara y sin sentido; no obstante, a través de los años, cuando fue creciendo, se encontró a ella misma tratando de pasar más tiempo con su vecino.

Iban a la misma escuela y estaban en el mismo salón de clases, aun así, no ayudaba en lo absoluto, Aiden siempre se sentaba en la parte de atrás, rodeado de niños que no paraban de burlarse de cualquier niña con la que se toparan. Algunas tardes, cuando Madeleine y él aparecían en su casa, trataba de hicieran sus deberes juntos y aunque él asentía con la cabeza, no pronunciaba palabra y pocas veces contestaba a las dudas de Anya.

Durante algunos años, Anya pensó que Aiden sólo era tímido y por eso no hablaba con ella, así que su respuesta natural para tratar de ayudarlo a abrirse fue escribirle notas que dejaba en sus cuadernos antes de salir al receso o darle postales en cada temporada vacacional del año. Él jamás respondió.

A los 13 años, Anya se dio cuenta de que el problema parecía ser ella. Veía a Aiden ir por los pasillos compartiendo bromas y dándose puñetazos con sus amigos; a toda chica que lo saludaba, él le correspondía y le sonreía; incluso los profesores recibían un trato cordial cuando se los topaba en la biblioteca o en el estacionamiento de la escuela. ¿Y Anya? Era totalmente ignorada.

Se habían terminado las tardes de deberes en la casa de los Collins y cada vez era más frecuente que Aiden no se presentara con los Jones a cenar en casa de Anya, diciendo que tenía entrenamiento. Pero el punto de quiebre decisivo fue una tarde de verano, en el muelle.

Todos los alumnos del año escolar de Anya asistirían a una fogata en la playa, como parte del festejo de fin de curso, que ya estaba a la vuelta de la esquina. La idea era pasar toda la tarde en la feria del muelle y, cuando la noche cayera, se reunirían en la playa para encender la fogata; la velada duraría hasta la medianoche, habría profesores con ellos y el alcohol estaba prohibido, pero aun así, todos estaban muy entusiasmados con la idea.

Anya se reunió con sus amigas en la entrada de la feria, dejando que el olor a palomitas de maíz y a algodón de azúcar la embargara. Cuando finalmente todos se reunieron, el número de alumnos era tan grande, que los profesores gritaron las indicaciones y luego los dejaron perderse entre los puestos y los juegos mecánicos.

Los juegos mecánicos fueron lo primero que Anya y su grupo de amigas visitaron. Subieron a la montaña rusa, donde gritaron hasta casi quedarse sin voz; luego se aventuraron a las sillas voladoras, que lograron que el cabello de todas quedara hecho un desastre; finalmente, rieron sin parar cuando se atacaban unas a otras en los carritos chocones. Cuando sus amigas sugirieron la rueda de la fortuna, Anya indicó que las esperaría en los puestos de juegos, no le apetecía estar sentada en la rueda por quince minutos que le parecerían eternos.

Pasó por el puesto de tiro al blanco, pesca y pistolas de agua. Cuando se acercaba al puesto de básquetbol, pudo distinguir la silueta de Aiden. Detuvo su caminar por unos segundos, esquivando a la gente que pasaba a su alrededor; estaba solo y ella también, quizá era una señal, tal vez debería acercarse a iniciar una conversación, hacer un último esfuerzo para crear una conexión. Pero el momento pasó. Una chica del otro salón apareció, se posó junto a él y lo animó para que encestara; era evidente que Aiden no lo necesitaba, era de los mejores jugadores del equipo de básquetbol, sin embargo, cuando ganó y recibió el premio, se lo entregó a la chica y ella, después de lanzar un chillido, se abalanzó a él y le dio un beso en los labios.

Anya sintió que algo se quebraba en su interior. Las lágrimas aparecieron inmediatamente, deslizándose por sus mejillas y diluyendo momentáneamente las pecas. Tardó unos segundos en darse cuenta de lo patética que seguramente se veía ahí, parada entre la multitud, llorando. Corrió y corrió hasta que se quedó sin aliento y el muelle quedó muy atrás, no deseaba quedarse en la feria y ni de broma se dejaría ver en la fogata, se sentía descorazonada.

Cuando su madre la vio llegar, mucho más temprano de lo esperado, le preguntó dónde estaba Aiden y por qué no había regresado con él. «Probablemente esté en la playa, besuqueándose con la chica rubia del otro salón», pensó amargamente Anya, aunque no dijo nada, simplemente subió a la habitación y dejó que las lágrimas se ahogaran en su almohada.

La respuesta obvia a tal acontecimiento era que Anya dejara de lado sus sentimientos por Aiden y siguiera con su vida como si nada hubiera sucedido, pero no pudo hacerlo. Después de haber pasado el fin de semana escondida en su habitación para no tener que verlo, finalmente llegó un nuevo día de clases; se odió a sí misma cuando se descubrió incapaz de dejar de mirarlo cuando entró al salón y fue todavía peor cuando sintió que su corazón seguía repiqueteando como loco ante su presencia.

No había más que hacer. A pesar de que Anya seguía sintiendo un cosquilleo cuando él aparecía en su casa o cómo su pulso se aceleraba cuando sus miradas se cruzaban accidentalmente en los pasillos de la escuela, se había prometido esconder sus sentimientos, jamás le daría motivos para reírse o compadecerse de ella, en la medida de lo posible, trataría de hacerse creer que Aiden Jones no existía.

Tres golpecitos en la puerta la devolvieron al presente, al cálido entorno de su habitación pintada en rosa pastel y con recortes de vestidos de alta costura pegados en las paredes.

—¿Anny? —Jossie se asomó a través de una pequeña abertura de la puerta—. Jason está abajo preguntando por ti.

—Gracias, mamá. Dile que bajo en un momento.

—Recuerda que…

—Los Jones vienen a cenar, cómo olvidarlo.

Su madre asintió y Anya notó un halo de desilusión en su rostro antes de que se marchara. Sabía perfectamente por qué: No estaba feliz de que saliera con Jason. Su madre había sido tan crédula como ella misma y durante todos esos años estuvo esperando a que Aiden y ella se emparejaran. Cuando Jason apareció en la escena, no pudo evitar mostrarse un poco decepcionada.

Trató de acomodarse el cabello de forma en que no pareciera nido y se puso un poco de rubor en las mejillas, más que nada para tratar de esconder las pecas que tan poco le gustaban.

No le sorprendió notar que Jason estaba sentado en la escalerilla de la entrada, parecía que él y su madre se repelían naturalmente; ella le ofrecía con tono seco que pasara y Jason, muy serio, le indicaba que podía esperar afuera.

Cuando Anya apareció en la puerta de entrada, Jason se puso de pie inmediatamente y le sonrió. Anya le indicó con un movimiento de cabeza que volviera a sentarse, mientras ella hacia lo mismo.

Por algunos segundos, las palabras no aparecieron, como si estuvieran temiendo abandonar sus gargantas. Anya se preguntó internamente qué tan normal era que sus momentos con él estuvieran tan llenos de silencio.

Lo miró de reojo, Jason era guapo, con su cabello ligeramente largo y castaño, expresivos ojos color miel y una sonrisa juguetona que hacía lucir los dos piercings que brillaban en su labio inferior. Llevaban poco más de dos semanas saliendo y Anya aún se preguntaba qué era lo que había visto en ella, que era sólo una chica delgaducha que asistía al club de costura.

—Terminando la próxima semana, comienzan las vacaciones de invierno. ¿Tienes planes?

—No realmente. —Anya suspiró—. Visitamos a los abuelos en verano y en Día de Acción de Gracias, pero para Navidad siempre nos quedamos aquí en Santa Mónica. No es como que estuviera deseando ir a Chicago a pasar las vacaciones congelándome el trasero.

Jason se rio, era una risa encantadora y, aun con ello, Anya no sentía la misma emoción al escucharla que cuando había descubierto la risa de Aiden; risa que no había vuelto a escuchar cerca de ella en años.

—Eres muy graciosa.

—¿Lo soy? Nunca lo hubiera pensado —sonaba como otra broma, pero Anya lo decía en serio—. ¿Qué hay de ti?

—Viajaremos a Seattle a visitar a mi hermano mayor, así que tendré que esperar a que las vacaciones terminen para venir a verte.

—Son sólo un par de semanas.

—A menos que… —dudó unos segundos.

Anya notó que repentinamente parecía nervioso. Jason se giró hacia ella y la miró directamente a los ojos, luchando por distinguirlos bien en medio de la escaza luz que provenía de las ventanas de la casa.

—Está el baile de Navidad.

En la escuela había dos bailes por año, uno en Navidad y otro al finalizar el ciclo escolar. Durante un par de años, soñó con ir a alguno de ellos en compañía de Aiden, sin embargo, dado a los amargos acontecimientos entre ellos, ese deseo se desvaneció de golpe; terminó por no asistir porque, además, tampoco tenía una línea de chicos que quisieran invitarla. Lo que si había sido una sorpresa para Anya es que Aiden decidiera no ir, ya que era evidente que tenía muchas opciones de cita.

—No entiendo.

—¿Irás al baile de Navidad? —preguntó Jason finalmente—. Si es que tuvieras la intención de ir, yo…

—Anya no va a los bailes de la escuela, estás perdiendo tu tiempo.

Un escalofrío recorrió el cuerpo de Anya al escuchar la voz de Aiden. Su vecino había aparecido ante ellos, como si fuera una de las sombras que aguardaban en la oscuridad que los rodeaba. Su corazón dio un salto, haciéndola enfurruñar, lo que tenía que sentir no era emoción, sino indignación por tan burda interrupción en su cita.

—¿Y a ti quién te preguntó? —exclamó Anya tratando de que su voz sonara fría e impersonal.

—Sólo estoy compartiendo un hecho.

—Agradezco el comentario, Jones, pero aunque Anya sea tu amiga, preferiría que me dejes tratar estos temas directamente con ella.

Anya se esforzó por no quedarse boquiabierta, ¿Jason sabía quién era Aiden? Luego cayó en la cuenta de que era totalmente lógico, Aiden se había convertido en la estrella del equipo de básquetbol, era casi una celebridad en la escuela.

—No somos amigos —corrigió Anya y casi hubiera jurado que los ojos de Aiden se tornaron ligeramente más oscuros al escucharla.

—Razón de más para que no te entrometas. —Jason le lanzó una mirada de advertencia.

Repentinamente, Anya se sentía inquieta, no le había pasado desapercibida la mirada que Jason le había dirigido a Aiden y lo que menos quería era tener una riña fuera de casa, sobre todo por una tontería como el baile de Navidad.

—No te preocupas por Anya, cuidaré de ella mientras no estás.

Anya no podía creer lo que acababa de escuchar. Frunció el ceño cuando notó que una sonrisa burlona se asomaba y le daba al rostro de Aiden un toque triunfador.

—No le hagas caso, Jason, los Jones jamás pasan la Navidad aquí.

—Haremos una excepción este año, ¿no es perfecto? Así Jason —enfatizó su nombre—, sabrá que tendrás buena compañía.

Jason dejó la escalerilla instintivamente y se acercó peligrosamente a Aiden, quien no se inmutó en lo absoluto. Anya se levantó y tomó a Jason del brazo antes de que pudiera seguir acercándose a su vecino.

—¡Buenas noches!

La silueta de Madeleine Jones apareció tras Aiden, iba agarrada del brazo de su esposo, quien hizo un movimiento de cabeza para saludarlos.

—Nos disculpamos para la demora.

—Descuida, Madeleine —dijo Anya, para tratar de disipar la tensión entre Jason y Aiden—. Mis padres ya los esperan.

—Gracias, Anny. —Madeleine le sonrió—. ¿Aiden?

—Entro en un momento.

—No, entrarás ahora, con tus padres —agregó Anya rápidamente, con un halo de advertencia en su voz—. Jason y yo tenemos cosas de las que hablar y no es necesario que estés presente.

Los Jones se miraron con desconcierto, generalmente Anya permanecía callada cuando Aiden estaba presente, sin embargo, aquella noche parecía a la defensiva.

—Vamos, Aiden —lo llamó Stephen—. Puedes conversar con Anya durante la cena.

Sabía que el señor Jones trataba de ayudar, pero al decir aquello, Anya notó que Jason se enfurruñaba más, quizá porque significaría que Aiden estaría junto a ella en unos cuantos minutos. De mala gana, Aiden siguió a sus padres al interior de la casa, no sin antes mirar fugazmente a Anya.

—Lo siento. —Anya lanzó un suspiro—. Tengo que entrar ahora, mi madre comenzará a llamarme a gritos si no lo hago.

—Sobre lo del baile…

—Es verdad que nunca he ido a uno, pero sólo porque nadie me había invitado antes. —Sintió como el sonrojo se apoderaba de sus mejillas—. Lo pensaré.

—¿De verdad?

—De verdad. —Asintió y sonrió—. Necesito ver si podría conseguir algo decente que ponerme con tan poca anticipación.

—Podrías ir en pijama y estoy seguro que aun así lucirías hermosa.

—Jason…

—Sólo quiero que te des cuenta de lo bonita que eres, Anya. —Le acarició la mejilla.

Sintió un pinchazo de culpa. Tenía frente a ella a un chico guapo que la estaba halagando y su mente estaba divagando, pensando si Aiden sólo había tratado de ser molesto o en realidad estaba pensando en quedarse en Navidad con ella. «Tonta», pensó, reprendiéndose, «Aiden no se quedaría por ti, no le importas».

Sonrió y luego él depositó un suave beso en sus labios. Cerró los ojos al sentir el aliento de Jason rondar por su rostro, obligándose a estar presente en ese momento, forzándose a atesorarlo en su memoria en lugar de todos esos momentos incómodos que había vivido con Aiden.

—Te llamaré.

—De acuerdo.

—Disfruta la cena —dijo él, con tono amargo.

—Dudo que suceda.

Aquello pareció tranquilizar a Jason, porque su sonrisa se ensanchó. Le dio un beso en la mejilla y luego comenzó a alejarse de la casa de los Collins.

Cuando Anya entró, escuchó risas provenientes de la sala, así que supuso que Stephen había vuelto a tratar con una ronda de chistes; eran malos, pero a veces se esforzaba tanto, que todos terminaban riéndose de sus penosos intentos.

Dio un respingo cuando Aiden apareció frente a ella, antes de que pudiera llegar a la sala. Parecía que diría algo, pero Anya rodó los ojos y continuó su camino hacia la sala sin darle la oportunidad de hablar.

—Ya que estamos todos, podemos ir al comedor —dijo Mason, el padre de Anya.

Las risas y los murmullos no pararon mientras se dirigían al comedor. Madeleine ayudó a Jossie a servir la cena antes de tomar sus lugares al lado de sus respectivos esposos. Aiden estaba sentado frente a Anya, como siempre había sido.

—Oh, Anny, el otro día vi un encantador vestido en una tienda del centro, ¿considerarías ir de compras conmigo y con Jossie?

—Por supuesto.

Madeleine parecía completamente sorprendida, igual que su propia madre, muchas veces antes habían tratado de que Anya las acompañara de compras y nunca había aceptado, le parecía algo tedioso. No obstante, si de verdad estaba considerando ir al baile, tendría que ver algunos vestidos.

—Necesito un vestido para el baile de Navidad.

—¿Baile de Navidad? —preguntó su madre, pareciendo aún más desconcertada que antes.

—¡Por todos los cielos! —Los ojos de Madeleine se iluminaron por la emoción—. ¿Aiden por fin te ha invitado al baile?

El comedor se sumió en silencio. Aiden había soltado el tenedor con el que comía y Anya casi se había atragantado con el bocado que masticaba, a la vez que notaba la mirada esperanzada de su madre.

—¿Qué? ¡No! —contestó Anya, casi gritando.

Anya no pudo evitarlo y miró directamente a Aiden y lo que se encontró casi provocó que tirara el vaso de agua que tenía en las manos: Él estaba sonrojado. Pero, ¿por qué? Jamás había considerado invitarla y era evidente que no estaba interesado en ella en lo absoluto, se lo había dejado muy claro, entonces, ¿por qué sus mejillas tenían ese tono rosado?

—Madre…

—Oh, ¡lo siento! Fue la primera idea que me cruzó la mente —se excusó Madeleine, luego miró a Anya—. Aun así iremos de compras, ¿verdad?

Anya asintió y se quedó en silencio. El resto de la cena la pasó con la mirada enfocada en el plato, dando pequeños mordiscos a la comida y escuchando el murmullo de la plática.

Cuando la cena terminó, fue la primera en levantarse y casi sintió que el corazón se le salía del pecho cuando notó que Aiden la seguía con la mirada. Apresuró el paso, lavó su plato y luego fue casi corriendo a su habitación, huyendo de aquella rara escena que había vivido.

Se sentó frente a su escritorio y dejó que su cabeza descansara en la fría madera, en su mente se arremolinaba la invitación de Jason al baile, su fugaz beso y luego la intensa mirada de Aiden sobre ella. Se levantó y dio vueltas por la recámara, como león enjaulado; luego se dirigió a la ventana, necesitaba aire. Pero fue un terrible error, porque su ventana le daba una vista perfecta a la habitación de Aiden y él ya se encontraba ahí. Se quedó quieta, mirándolo casi hipnotizada y cuando él, repentinamente, le regresó la mirada, Anya dio un respingo y corrió las cortinas.

—Maldita sea —exclamó con desesperación, a la vez que se dejaba caer sobre la cama.

En algún punto, entre la maraña de pensamientos, se quedó profundamente dormida.

Anya nunca pensó que repetiría el patrón de aquella vez cuando Aiden le rompió el corazón la primera vez (oh, sí, había habido más veces). Durante el fin de semana, salió vagamente de su habitación sólo para darse una ducha o para comer algo. Incluso se negó a ir de compras con Madeleine y su madre hasta no estar completamente convencida de que sí iría al baile.

—Faltan pocos días, no demores en decidirte. Si al final Jason no puede llevarte, ya encontremos quien lo haga. —Madeleine le guiñó el ojo.

¿Por qué Madeleine Jones se esforzaba en darle esperanzas? ¿No había caído aún en la cuenta de que su hijo no estaba interesado en ella? Cierto que Aiden nunca les había presentado una novia (según los chismes que escuchaba de su madre), pero Anya había sabido de más de una chica que alardeaba de haber salido con él o de haberlo besado y algunas otras chicas incluso aseguraban haber ido más lejos.

Corría la última semana de clases y Anya esperaba a Jason en el estacionamiento; retorcía un cadejo de cabello con insistencia, hasta el punto de destrozarse las puntas. Tenía que darle una respuesta y aún no estaba segura de que ir al baile fuera la correcta.

Mientras seguía debatiéndose, Aiden hizo su aparición, montado sobre su motocicleta. Estacionó justo enfrente de ella y le ofreció un casco. Anya frunció el ceño, sin tomarlo.

—¿Qué haces?

—Te ofrezco llevarte a casa.

—No, gracias.

—El autobús escolar ya se fue.

—No me importa. —Se cruzó de brazos—. Estoy esperando a Jason, estoy segura que él podrá llevarme a casa.

—Anya…

Su nombre sonaba tan bien en sus labios, que casi estuvo a punto de ceder y aceptar su ofrecimiento.

—Por favor, no vayas al baile con Jason.

—¿Quién te crees para decirme algo así? —preguntó enfurruñada—. No eres mi hermano mayor, ¿sabes?

—Oh, créeme, eso ya lo sé —su voz sonó apesadumbrada.

Anya bufó y giró el rostro para no seguir mirándolo. Aiden soltó un suspiro y cuando vio que no aceptaría irse con él, se acomodó el casco e hizo arrancar la motocicleta.

Vislumbró a Jason un par de minutos después de que Aiden se había marchado, lo cual la hizo sentirse aliviada. Ahí estaba, sólo para ella; Jason, quien siempre tenía un comentario divertido que le arrancaba una sonrisa y quien siempre encontraba la forma de hacerla sentir bonita. ¿Qué importaba lo que Aiden pidiera?

Cuando les dijo a Madeleine y a su madre que necesitaba un vestido, ambas se mostraron emocionadas, aunque sabía que internamente se estaban lamentando que no iría con Aiden. Muy en el fondo, a ella le pasaba lo mismo.

Después de visitar más tiendas de las que Anya pudo contar, se decidió por un vestido largo en azul cielo, tenía un solo tirante grueso y toda la parte superior estaba cubierta de un encaje sutil, con destellos plateados. Tal atuendo iría combinado con zapatillas en color plata, además de accesorios del mismo tono que ambas señoras habían escogido para ella.

Durante los siguientes días, Madeleine y Jossie la mantuvieran tan ocupada, que no pudo salir con Jason y no tuvo que toparse con Aiden más de lo necesario. Fue un estrés que le gustó, por primera vez se sentía como una chica normal, probándose maquillaje, escogiendo tonos para las uñas y aplicando faciales para limpiar su piel; de haber sabido que era tan divertido, hubiera dejado que Madeleine y su madre la arrastraran a ello antes.

Cuando se vio ante el espejo, antes de que Jason pasara por ella para ir al baile, casi no se reconoció a sí misma. Madeleine le había hecho un bonito peinado con la mitad del cabello recogido y la otra mitad luciendo estilizados rizos, mientras que su madre la había maquillado con tonos plateados. Mason la ayudó a bajar de la escalera justo antes de que Jason hiciera su aparición.

—Nada de alcohol y queremos a Anya de regreso a más tardar a medianoche.

—Descuide, señor Collins, le prometo traerla sana y salva.

Se sintió extremadamente nerviosa cuando llegaron a la escuela. Todo estaba envuelto en un halo plateado: Las luces colocadas estratégicamente, los copos brillantes sobre sus cabezas, los arreglos de cristal en las mesas; Anya estaba boquiabierta ante semejante decoración.

—Combinas con todo esto, eres parte de la grandeza del baile.

—Gracias por siempre ser tan bueno conmigo —dijo Anya, mientras se dirigían a la mesa de bebidas—. Nadie creería que un chico lleno de tatuajes pudiera ser tan amable.

Él se rio, pero Anya lo decía en serio. Recordaba como Jason había aparecido prácticamente de la nada, un día que, en contra de su buen juicio, había ido a uno de los partidos de Aiden. Él estaba despotricando contra el equipo contrario y eso a Anya le pareció hilarante, así que para cuando todo terminó, ellos se encontraban charlando amenamente. Jason no anduvo con rodeos y le pidió su número; las citas habían comenzado a suceder en un abrir y cerrar de ojos.

—Debo advertirte que no soy muy buen bailarín.

—Descuida, con estas zapatillas, dudo mucho que pueda hacer un buen papel.

Estuvieron sentados largo rato, charlando, mientras la banda tocaba. Cuando la música se volvió lenta, Jason finalmente invitó a bailar a Anya, quedando cubiertos con los escasos rayos de luz provenientes del escenario. Su baile fue un poco torpe, pero eso sólo hizo que la tensión desapareciera debido a sus risas.

Cuando Anya anunció que no podía soportar más las zapatillas, Jason la acompañó a tomar asiento de nuevo, para después ir a buscar algo de tomar. Mientras se encontraba sola, observando a las parejas que seguían bailando, distinguió aquella silueta inconfundible y se le erizó la piel.

Aiden no dudó en acercarse a ella, vestía un traje negro, en contraste con una camisa en verde esmeralda, que parecía darle intensidad al color de sus ojos. Durante unos segundos, se perdieron en la mirada del otro.

—¿Qué haces aquí?

—Lo mismo que tú.

Anya resopló ante su respuesta. Aiden se sentó a su lado y ella trató de no comenzar a balbucear debido a su peligrosa cercanía. Miró alrededor con sigilo, tratando de vislumbrar a alguna chica que repentinamente reclamara la presencia de Aiden.

—¿Con quién has venido? —preguntó, sin poder contener su curiosidad.

—Con nadie.

—Por supuesto —exclamó Anya sarcásticamente.

—Es en serio.

—Bueno, ve a buscar otro lado donde sentarte, Jason regresará en cualquier momento.

—¿Considerarías bailar conmigo?

—No —contestó ella inmediatamente, aunque su primer pensamiento fue un SÍ.

—¿Por qué?

—Aiden…

Jason llegó en ese momento y Anya vio como se le tensaba la mandíbula al encontrar a Aiden sentado a su lado.

—Creo que deberías ir a buscar otro asiento.

—¿Por qué? Soy libre de sentarme donde me plazca.

—Vamos, Anya, podemos encontrar otro lugar.

Anya se levantó, tomando la mano que Jason le extendía. La invadieron unas ansias locas de girar el rostro y mirar a Aiden, pero se contuvo, no podía hacerle esa grosería a su cita.

—Sabes que de cualquier manera nos tenemos que ir pronto, ¿verdad? Casi es medianoche.

—Lo sé, sólo que no me gusta cómo Jones se acerca a ti.

Anya no pudo evitar reírse y Jason frunció el ceño ante su actitud.

—¿Qué es tan gracioso?

—Aiden lleva toda la vida ignorándome, no veo por qué te preocupas.

Jason asintió, pero no se veía del todo convencido, aunque Anya no sabía la razón.

Bailaron una última vez y ambos se sintieron aliviados de que no resultó tan desastroso como al principio. Luego Jason la guio hasta la salida sin soltarla de la mano; cuando llegaron al coche, abrió la puerta del copiloto para ella y luego él tomó asiento frente al volante.

En el camino de regreso, platicaron un poco sobre las tradiciones de sus respectivas familias para las festividades, dándose cuenta de que no era nada del otro mundo. Cuando Jason se estacionó frente a su casa, Anya se removió en su asiento, sin saber qué más decir, pasarían dos semanas sin verse, aunque tampoco habían salido por tanto tiempo, así que no tenía idea de lo que era apropiado en esa situación, él era el primer chico con el que había tenido una cita.

La ayudó a salir del coche y se quedaron parados frente a la puerta. Jason tenía las manos en los bolsillos y Anya sujetaba su bolso con fuerza. Su silencio se vio interrumpido por el rugido de una motocicleta; la figura de Aiden fue distinguible a unos metros de distancia.

—Jones… —la molestia comenzaba a invadir la voz de Jason.

—Tranquilo, es normal que esté aquí, vive en la casa de al lado.

—Tienes razón. —Suspiró—. No puedo evitar sentirme celoso.

—¿Estás celoso? —Anya sonrió.

—Claro. Eres preciosa, Anya, y la forma en que te mira…

—Ya te dije que Aiden no me presta atención.

¿Por qué Jason pensaba que la miraba de forma diferente? Ella había buscado esa mirada en él por años y no la había encontrado.

—Prometo llamarte en las vacaciones.

—Prometo contestar. —Soltó una risita—. Gracias por llevarme al baile.

—Espero no sea el último.

—Que tengas unas lindas vacaciones.

—No estará mal regresar a la escuela si tú estás ahí.

Se acercó y la besó. Jason era el único chico que la había besado, así que no sabía qué era lo que se suponía que debía sentir, la mayor parte del tiempo estaba preocupada, preguntándose si estaba haciéndolo bien.

—Debo entrar, antes de convertirme en calabaza —dijo ella, todavía a una corta distancia del rostro de Jason.

—Serías una calabaza encantadora.

Soltaron unas risitas y después de que Jason le diera otro beso fugaz en los labios, Anya lo vio alejarse en su coche.

No tuvo el valor para mirar hacia la casa vecina. ¿Y si Aiden todavía estaba ahí afuera? ¿Los habría visto besarse? Anya negó con la cabeza y entró a su casa, un poco enfurruñada por su tonto interés por Aiden, ¿cómo era posible que a pesar de los años no había podido sacarlo de su sistema?

Notificó a sus padres que había regresado y luego fue directamente a su habitación. Mientras se cambiaba de ropa y se quitaba el maquillaje, comenzó a rememorar la noche. Había sido divertido, Jason se había portado como todo un caballero y ella se había sentido como una princesa de cuento de hadas… hasta que Aiden había aparecido.

Tenía que admitir que Aiden había estado comportándose raro en los últimos días y eso la sacaba de quicio, porque no entendía la razón. Había confirmado, gracias a los comentarios de Madeleine, que efectivamente se quedarían esa Navidad, así que estaba segura de que sus padres planearían algo para pasar la velada con los Jones y eso la hacía sentirse ansiosa.

Era ya de madrugada y ella no podía dormir. Se levantó de la cama, tomó su libreta de bocetos y fue directamente al ático. El ático tenía un acceso directo al techo de la casa, Mason lo había adaptado en caso de que necesitaran hacer alguna reparación, aunque Anya lo utilizaba para subir y observar el vecindario desde las alturas, le ayudaba a despejarse y muchas veces la inspiración la invadía estando ahí. Sus padres le habían prohibido que subiera, pero ella lograba colarse de vez en cuando.

Estuvo garabateando buen rato, creando un bonito vestido corto que le encantaría lucir el próximo verano. De hecho, le hubiera gustado usar algo de su propia creación para el baile, pero había tenido poco tiempo y aún no se convertía en una gran confeccionadora.

—¿Anny?

Anya dio un respingo al escuchar la voz a su espalda, incluso estuvo a punto de soltar la libreta de bocetos. Giró el rostro, encontrándose con Aiden, aún llevaba puesto el traje y ella sintió un pinchazo en el estómago al tener la oportunidad de observarlo con más detalle, se veía tan guapo que le dieron ganas de sonreírle, pero eso era totalmente inapropiado.

—¿Qué haces aquí? ¿Y por qué me llamas Anny?

—Es así como te llaman, ¿no?

—Mi familia y mis amigos, y tú no eres ni una cosa ni la otra.

Aiden hizo caso omiso de la respuesta y se sentó a su lado. Anya lo veía recelosa, apretando contra su pecho la libreta de bocetos. Aiden la miró, su expresión era una mezcla entre anhelo y desesperación. ¿Qué estaba sucediendo?

—¿Te has divertido en el baile?

—Sí, aunque no veo por qué eso te importa.

—Me importa, y mucho.

—Por supuesto. —Resopló.

—Anny…

—Deja de llamarme así —trató de exigir, aunque había sonado más como una súplica. Su corazón se había vuelto loco al escucharlo llamarla de aquella forma que denotaba cariño, pero no creía que la hubiera nombrado así por eso—. No sé cómo tienes el descaro de venir aquí cuando no te he invitado y hablarme de esa manera, después de que toda la vida me has ignorado.

—Lo siento.

—¿Lo sientes? —repitió ella, casi indignada—. Qué fácil decirlo.

—No lo entiendes.

—La verdad es que no —recriminó—. Durante años ibas de aquí para allá como si yo no existiera y ahora, de un tiempo para acá, te apareces en todos lados para hacer enojar a Jason.

—No pude evitarlo, ¿de acuerdo? Estaba celoso.

—¿Tu qué…?

Anya estaba boquiabierta, mirándolo con expresión incrédula. Aiden lanzó un largo suspiro y luego la miró directamente a los ojos.

—Estoy celoso.

Anya se quedó paralizada por unos segundos y después comenzó a pegarle a Aiden con su libreta de bocetos.

—¡No estés burlándote así de mí!

—Anya, Anya, ¡para!

Aiden tuvo que arrebatarle la libreta, aunque, aun así, Anya utilizó los puños para seguir agrediéndolo. Con mucho esfuerzo, la tomó de ambas manos, logrando que finalmente los golpes pararan. Vio como el labio inferior de Anya temblaba, aunque no sabía si era porque estaba enojada o a punto de llorar, podía ser que fueran ambas cosas.

—No estoy burlándome de ti.

Anya le arrebató sus manos, luego se envolvió las piernas con los brazos, recargando la barbilla entre las rodillas.

—Si piensas que voy a creerte, estás muy equivocado.

Pero quería creerle, deseaba que lo que Aiden le decía fuera cierto. ¿No había esperado por ese momento toda su vida?

—Ya sé que no va a ser fácil que me creas.

—No sé qué tipo de artimañas usas para tus conquistas, pero te equivocas conmigo.

—¿Artimañas? ¿Conquistas?

—Por todas las estrellas, Aiden, ¿de verdad piensas que te voy a creer que no has salido con muchas chicas?

—No es eso lo que estoy diciendo.

«Tú y tu bocota, Anya», se regañó mentalmente. Aiden acababa de confirmarle que había salido con muchas chicas y ella misma era la culpable de que en esos momentos sintiera ese hueco en el pecho.

—Sí que salí con chicas, para ver si dejaba de pensar en ti.

Los ojos de Anya se llenaron de lágrimas. «No llores, por favor, no llores. Prometiste que no dejarías que se riera o compadeciera de ti», pensó. Pero no pudo evitarlo, repentinamente, ya se encontraba llorando, aunque trató de que su posición la ayudara a esconder ese bochornoso hecho.

—Eres un mentiroso.

—No, simplemente fui muy estúpido.

—Aún lo eres.

Aiden se sintió mal al escucharla hablar, era claro que estaba llorando, aunque estaba tratando de ocultarlo, por eso no lo miraba.

—Siempre me has gustado, Anny —continuó—. Cuando éramos niños, ese tipo de sentimientos eran algo fuera de nuestra atención, algo que no comprendíamos. Pero cuando crecimos… fue diferente.

—Tu madre te obligaba a hacer los deberes conmigo, nunca me hablabas en la escuela y ni hablar de todas las notas que tú…

Se le quebró la voz. Aiden inmediatamente se acercó a ella para abrazarla, pero Anya lo alejó con un brazo, además de que seguía ocultando parte del rostro entre sus rodillas.

—Luego comenzaste a salir con chicas.

—Que no me interesaban en realidad.

—¿Por qué debería creerte?

—Necesitaba saber que eran reales, ¿de acuerdo?

—¿Qué cosa?

—Mis sentimientos por ti.

Tímidamente, Anya giró el rostro hacia Aiden, aunque no cambió su postura. Él se arriesgó a acercarse un poco más, aunque no tentó tanto a la suerte tratando de abrazarla de nuevo.

—Ambos sabemos lo que nuestros padres esperaban.

—Sí —dijo ella en tono seco.

—Así que, cuando creí sentir algo por ti, me la pasaba preguntándome si en realidad me gustabas o simplemente era una trampa de mi mente porque nuestros padres daban esa unión por hecho.

No podía culparlo, ella misma se había sentido así infinidad de veces. Al pasar de los años, terminó por descartarlo, si sus sentimientos no hubieran sido reales, cualquier otro chico hubiera ocupado su lugar, porque tenía que admitir que en la escuela había muchos chicos guapos que podían haberle quitado la corona a Aiden, pero eso no había sucedido. La prueba más clara era Jason, por mucho que a Anya le agradara, no había logrado que Aiden desapareciera de sus pensamientos.

—Salí con chicas y no había una sola cita donde, en algún punto, mi mente no volara hasta ti.

—Aiden…

—Te ignoré, sí, porque, si no pasaba tiempo contigo, en algún momento dejaría de desear estar a tu lado y esos sentimientos falsos se irían desvaneciendo. ¿Pero adivina qué? Nunca se fueron.

Aiden tomó la libreta de bocetos y la hojeó superficialmente. Anya estuvo tentada a quitárselo, pero se sentía incapaz de moverse y acercarse más a él.

—Te observaba cuando tú no estabas prestando atención. Aún lo hago. —Le devolvió la libreta de bocetos—. Sé que subes aquí algunas noches para dibujar, a pesar de que tus padres te lo tienen prohibido; sé que eres la alumna más destacada del taller de costura; sé que había más de un chico interesado en invitarte a los bailes, pero con los comentarios correctos, pensaron que había algo entre nosotros y prefirieron no buscarse problemas con un jugador del equipo de básquetbol.

—¿Has espantado a mis pretendientes? —preguntó incrédula, tanto por sus acciones como por el hecho de saber que tales pretendientes existían.

—Pensé que si nadie te invitaba…

—¿Qué? ¿Qué creías que iba a pasar? ¿Qué iría corriendo a invitarte, cuando ya me habías repelido por años?

—Quise invitarte, pero…

—Pero eres un cobarde —completó ella, con tono dolido.

Aiden asintió ligeramente, aunque eso no ayudó a animar a Anya.

—Después de la fogata en la playa, cuando teníamos 13 años, te apartaste completamente de mí. —Hizo una mueca—. Yo era un chiquillo que no sabía qué hacer con sus sentimientos. Me llegué a preguntar muchas veces qué habías hecho para evitar expresar los tuyos.

—Me los tragué, Aiden. Tuve que aprisionarlos muy en el fondo, porque me di cuenta de que no valía la pena seguir intentando que los vieras. —Las lágrimas galoparon con rapidez a través de sus mejillas.

—Pero, ahora…

—¿Es en serio, Aiden? ¿Vienes a decirme, casi cuatro años después, que sientes algo por mí? —interrumpió casi con un chillido—. ¿Sabes lo tonto y cruel que suena eso? Que ahora, después de tanto tiempo, digas que siempre supiste que te quería y que era algo sin importancia.

—Nunca he dicho que era algo sin importancia.

—Ni falta que hace.

Las palabras se extinguieron. Los segundos parecieron eternos, mientras sólo se escuchaba el canto de los grillos bajo ellos.

—¿Por qué Madeleine pensó que me habías invitado al baile? —No pudo aguantar las ganas de saberlo. Antes de la charla que estaban teniendo, aquel sonrojo por parte de Aiden era el único destello de sentimientos que Anya había tenido de parte de él.

—Me encontró observándote a través de la ventana. En realidad, fue bastante bochornoso.

Anya estuvo a punto de dejar escapar una risita entre sus sollozos, pero se contuvo, no quería que Aiden pensara que estaba tomando esa plática a la ligera. A pesar de que siempre había querido que él le dijera sus sentimientos, no quitaba el hecho de que se sentía muy enojada por la forma en que había manejado las cosas.

—Mi madre siempre lo supo, incluso mucho antes que nosotros mismos.

«Te apuesto lo que quieras a que cuando crezcan se enamorarán». ¿Aiden recordaría aquellas palabras de su madre?

—A pesar de que dejó de hacer comentarios cuando fuimos creciendo, nunca dejó de pensar que terminaríamos juntos. —Se arriesgó a regalarle una sonrisa fugaz—. Cuando Jason apareció, mi comportamiento no hizo más que comprobarle que estaba en lo correcto.

—Jason es un buen chico —Anya lo defendió—. Seguiré saliendo con él.

—¿Por qué? —preguntó Aiden, con tono ilógico—. Sabes que no lo quieres, Anya.

—¿Ahora resulta que eres un experto sobre mis sentimientos?

—Acabas de confesármelos hace pocos minutos.

—Y también te dije que decidí dejarlos en el pasado.

—Vaya que has fallado con eso.

—¿Cómo te atreves a…?

Aiden no le permitió terminar su frase, había decidido arriesgarse. Acortó la distancia entre ellos, la tomó del rostro con ambas manos y se encontró con los labios de Anya, aquellos que por años deseó probar. Sintió como ella colocaba sus manos temblorosas sobre su pecho y como dulce y torpemente le respondía el beso.

En esos segundos, Anya entendió realmente que Jason no le gustaba tanto como pensaba, al besarlo no había sentido aquella explosión de fuegos artificiales en su interior, como lo estaba sintiendo en ese momento al besar a Aiden.

Anya se separó de golpe, a pesar de la maravillosa sensación que la embargaba. Aiden parecía desconcertado.

—Basta.

—¿Anny?

Anya se puso de pie y comenzó a caminar hacia la rejilla que daba acceso al ático. Aiden se levantó y fue tras ella.

—Anny, espera.

—Baja de la forma en que hayas llegado aquí. —Cerró la rejilla con fuerza y puso el seguro para que no pudiera seguirla.

Anya esperó en el ático hasta que escuchó que los pasos de Aiden desaparecían del techo.

Mientras se dirigía a su habitación, los ojos se le inundaron de lágrimas de nuevo. ¿Acaso tenía que borrar todos esos años de sufrimiento silencioso? ¿De verdad Aiden la quería, como le había dicho? ¿Y si al final le daba una oportunidad y todo empeoraba?

Al abrir la puerta, decidió no encender la luz. A oscuras, se movió por la habitación, corrió las cortinas de la ventana y se dejó caer sobre la cama. No quería saber más de Aiden, por lo menos no aquella noche.

En los tres días que faltaban para Navidad, Aiden estuvo casi todo el tiempo en casa de los Collins, aprovechando que Madeleine estaba ahí.

Aiden había tratado de acercarse a ella de varias formas: Entregándole la libreta de bocetos que había dejado en el techo, invitándola a unirse a un maratón de películas con él y su madre, e incluso se mostró dispuesto a incluirse en la tarde de repostería de Jossie y Madeleine en la casa de los Collins. Sin embargo, Anya se seguía escabullendo, todavía no estaba segura de cómo se sentía con respecto a la situación.

El día de Nochebuena, Madeleine se la pasó metida en la casa de los Collins. Generalmente la familia de Anya compraba la cena para no tener que sumergirse en la cocina y hacer un elaborado menú, pero dado al cambio de planes de los Jones para ese año, Madeleine había insistido en hacer algo diferente.

Anya pasó todo el día recluida en su habitación, fingiendo que leía o dibujaba, cuando en realidad no podía concentrarse en nada en específico. Cuando llegó la hora de arreglarse para la cena, dio un vistazo al vestido sobre la cama, Madeleine se lo había regalado: Rojo, con mangas cortas y de hombros caídos, de un largo hasta las rodillas, pero con un bonito vuelo en la falda asimétrica.

Se sintió extremadamente nerviosa cuando bajó a la sala, usando el vestido y con el cabello recogido en un chongo alto que llevaba un listón del mismo tono de su ropa. Usualmente usaba algo cómodo para la velada, pero tanto Madeleine como su madre habían insistido en que debían cambiar las tradiciones por aquella ocasión.

Mason lanzó un silbido al verla entrar y Madeleine dio unas palmaditas de emoción. Anya estaba segura que se había sonrojado y notar que Aiden la miraba casi sin parpadear no ayudó en lo absoluto.

Jossie los invitó a pasar al comedor, logrando que la atención pasara a ella y dejaran de abochornar a la pobre de su hija; Anya sonrió aliviada cuando vio que su madre le guiñaba un ojo.

—¿Vamos? —Aiden se posó junto a ella, ofreciéndole el brazo para que caminara a su lado.

—Déjalo ya, Aiden.

Anya no tomó su brazo y caminó por su cuenta hacia el comedor. Aiden suspiró, se alzó de hombros y fue tras ella.

La cena transcurrió como si fuera una fecha normal, lo único diferente era que la mesa estaba llena de más platillos de los que les sería posible comer. Aquella noche, por alguna razón, los chistes de Stephen no parecían tan malos y la estancia se llenó de risas.

Una vez terminada la cena, todos pasaron de nuevo a la sala, donde el gran árbol navideño rebosaba en listones plateados, esferas azules y luces que parecían darle vida. Debido a que era una ocasión especial, los adultos les permitieron a Aiden y a Anya tomar una copa de vino.

—Por la familia. —Brindó Stephen.

—Por la familia —corearon los demás, a excepción de Anya.

¿Y si así era como debía ver a Aiden, como el hermano que nunca tuvo? No pudo evitar mirarlo, dándose cuenta de que él también la observaba; levantó ligeramente la copa hacia ella y luego bebió.

—¡La mejor parte de la noche! —gritó Madeleine, quien se acercó al árbol de Navidad y tomó uno de los regalos—. ¡La entrega de obsequios!

Anya había comprado regalos para sus padres, obviamente, aunque también se había dado a la tarea de buscar algo para los Jones; terminó escogiendo una corbata para Stephen y una mascada para Madeleine. No había regalo para Aiden, había dejado de regalarle cosas desde hacía años.

Anya recibió ropa, maquillaje, libros y nuevos artículos de arte para que los utilizara en su libreta de bocetos. Cuando terminó de entregar sus regalos, se dio cuenta de que Aiden no estaba y un halo de incertidumbre se apoderó de ella, ¿a dónde había ido? ¿Se había marchado porque había estado ignorándolo durante la velada?

Los adultos no parecían darse cuenta, seguían enfrascados en conversaciones que a Anya no le interesaban en lo absoluto. Durante los siguientes minutos, se la pasó mirando el pasillo que llegaba hasta la puerta de entrada, esperando que Aiden regresara.

Cuando escuchó que la puerta se abría, reacomodó su postura en el sofá y enfocó la mirada en sus padres y los Jones, para que Aiden no se diera cuenta de que había estado pendiente de su presencia.

—¿Anny? —la llamó en susurros.

Dudó, pero terminó girando el rostro hacia la entrada de la sala. Aiden estaba ahí, casi escondido detrás de una mesa con un jarrón de cerámica. Al final, Anya se puso de pie y se acercó a él; cuando lo tuvo frente a ella, no pudo evitar fruncir el ceño.

—¿Qué estas usando?

—El último regalo de Navidad que recibí de tu parte, hace años.

Anya sintió que le ardía la cara de la pena, seguramente estaba tan roja como el tono de su vestido. Aquella bufanda color granate era una de las primeras prendas que había hecho ella misma, aunque fue lo suficientemente sensata para no decirle a Aiden el origen de la misma.

—¿Cómo…? ¿Por qué…?

—Tengo todos los regalos que me diste —confesó—. Y quiero disculparme por nunca haberte regalado nada de regreso.

—Yo no…

—Así que este año, quiero darte esto. —Extendió hacia ella un regalo, envuelto con brillante papel escarlata y listón dorado—. No quise dártelo enfrente de nuestros padres, no quiero que te sientas abrumada.

Anya asintió, agradecía infinitamente que hubiera sido precavido en ese aspecto, sobre todo por las reacciones que pudieran tener Madeleine y su madre. Tomó el regalo, era muy liviano y por un momento se preguntó si no sería alguna broma, no es que esperara un ostentoso regalo de su parte (en realidad no esperaba regalo alguno), pero todo parecía demasiado irreal y eso la asustaba un poco.

—No tenías que usar la bufanda —dijo en tono bajo—. No está bien hecha.

—Si California no fuera tan cálido la mayor parte del tiempo, la llevaría puesta todo el año. —Le sonrió, luego metió las manos a los bolsillos de su pantalón y suspiró—. Me sentiría muy tonto estando ante ti cuando lo abras, así que será mejor que me vaya.

—Aiden…

—Es lo único que puedo ofrecerte para hacerte ver que mis sentimientos son sinceros, Anny.

—Yo… no tengo un regalo para ti.

A Anya jamás le había gustado recibir un regalo sin tener algo que dar de regreso, fuera cual fuera la situación.

—Tu regalo será darme un poco de esperanza. —Le acarició la mejilla.

No supo qué más decir, así que dejó que se alejara de ella, siguiéndolo con la mirada hasta que dejó la casa. Las risas provenientes de la sala la regresaron a la realidad, con ella parada en medio de un pasillo, sosteniendo un regalo.

Subió las escaleras lentamente, aún observando la caja envuelta de rojo entre sus manos, su curiosidad crecía a cada segundo. Al llegar a su habitación, se sentó sobre la cama y miró hacia la ventana, tenía las cortinas corridas, y consideró que eso era lo más prudente por el momento.

Abrió el regalo con cuidado. Bajo el papel había una nota escrita a mano; era la letra de Aiden, la cual había mejorado mucho con los años.

«Tenía que entregarte esto para que lo entendieras todo. Por favor, no te deshagas de nada de lo que encuentres en el interior, es valioso para mí».

Dejó la nota a un lado y abrió la caja. Lanzó un chillido y luego se llevó ambas manos a la boca, ante ella estaban todas las postales que le había regalado a Aiden en el pasado, además de una gran cantidad de papeles doblados. Comenzó a desdoblar las hojas, dándose cuenta de que cada nota en realidad tenía dos pedacitos de papel: Una era la nota que ella había escrito y la otra era una respuesta de Aiden, una respuesta que pensó que no existía.

Reconoció al instante la letra de ambos, aquellas palabras escritas de forma torcida, pero de ninguna forma apresuradas. Recordaba con claridad cómo pensaba detalladamente lo que quería decirle a Aiden y, por cómo se veían las notas escritas como respuesta, él había hecho lo mismo.

«Hola, Aiden:

Espero que encuentres la nota y no se quede perdida entre las hojas de tu cuaderno.

No tenemos mucho tiempo de platicar en la escuela y no siempre es posible que vayas a mi casa por las tardes, así que pensé que podríamos comunicarnos de esta manera, sería como nuestro secreto, ¿qué piensas?

Con cariño, Anny».

Tomó la respuesta de Aiden, su mano temblaba.

«Hola, Anny:

¡He encontrado tu nota!

Tener un secreto suena como una buena idea. ¿Has visto como nuestras madres cuchichean entre ellas? Podríamos hacer algo así, pero con nuestras notas.

Siento que no pasemos juntos más tiempo en la escuela, los niños que se sientan cerca de mí son algo revoltosos y no quisiera que te molestaran. Quizá después encontremos otra forma de vernos.

Aiden».

—Por todas las estrellas —exclamó al dejar la nota de Aiden sobre la suya, volviendo a doblarla.

Tomó otro papel y lo desdobló. Eran tantos, que prácticamente le sería imposible saber el orden de las notas.

«Aiden:

El otro día vi a través de mi ventana cuando Madeleine y tú llegaron de la estética. Debo admitir que tu nuevo corte me gusta mucho.

Anny».

Ahora que releía sus notas, se dio cuenta de lo evidente que había sido a través de los años, prácticamente había gritado a los cuatro vientos que Aiden le gustaba.

«Anny:

Muchas gracias, aunque creo que un corte de cabello no hace mucha diferencia, por lo menos en mi caso.

Recuerdo cuando tu madre decidió que era tiempo de que te cortaras el cabello y llegaste luciéndolo totalmente lacio, hasta los hombros y usando un lazo rojo. Creo que te veías muy linda.

¿Alguna vez alguien te ha dicho que tus pecas te hacen lucir aún mejor?

Aiden».

Se sonrojó de inmediato. Le agradaba a Aiden, siempre lo había hecho, y además, se había tomado el tiempo de escribirle aquellas notas tan bonitas. Odiaba que él hubiera decidido no dárselas.

Después de leer más respuestas de Aiden, notó que algunos pedacitos de papel no guardaban dos notas, era sólo una. Sintió que las piernas le flaqueaban y agradeció infinitamente el encontrarse sentada.

«Anny:

Te busqué en la fogata, pero no te vi por ningún lado.

Pensé… pensé que quizá podría acercarme a ti, aprovechando que no sólo yo estaría sentado a tu lado. Sé que es algo tonto, aunque me hubiera ayudado a sentirme mejor, más feliz.

Mamá me contó que Jossie había dicho que llegaste corriendo a casa, pálida y con los ojos llorosos. Estoy preocupado por ti, pero no tengo ninguna excusa para ir a preguntarte qué sucedió. Ojalá fuera lo suficientemente valiente para hacerlo.

Espero que podamos hablar en los días siguientes.

Aiden».

Aquel había sido el día en que la rubia lo había besado. Evidentemente, Aiden no se había dado cuenta de que ella había presenciado todo y que su corazón se había roto en mil pedazos.

Cuántos sufrimientos y malos ratos se hubieran ahorrado si hubieran hablado antes, si hubieran sido honestos con ellos mismos.

Los minutos se consumían entre las notas; Anya leía cada una de ellas como si fuera el mayor descubrimiento del mundo. A través de aquellos trozos de papel, se dio cuenta de que Aiden siempre estuvo cuidándola, aunque jamás lo notó, y darse cuenta de que aun siendo tan guapo y popular era tan inseguro respecto a ella, la dejó perpleja.

«Anny:

Te vi en el partido de básquetbol y eso me animó. Sé que todo el mundo habla de lo bien que juego, pero saber que estabas ahí, me hizo querer hacerlo mejor que en cualquier otro partido.

Sin embargo, al final te vi platicando con Jason McFadden y todo mi ánimo se transformó. No creerías qué tan grandes eran los celos que sentí al verlo a tu lado, sobre todo porque tú le sonreías.

Por favor, Anny, no lo mires nunca como me veías a mí. Sé que es mi culpa que ahora decidas ignorarme, pero no sé qué haré si al final terminas enamorándote de él. Muy en el fondo, aún tengo la esperanza de que me sigas queriendo.

Aiden».

No pudo parar, siguió leyendo las notas hasta que no había más. Para cuando terminó, tenía todo el maquillaje regado por el rostro debido a las lágrimas. Había ignorado el llamado de su madre para ir a desearles a todos una feliz Navidad, las palabras de Aiden eran lo más importante en ese momento.

Trató de limpiarse el rostro con el dorso de la mano, aunque estaba consciente de que probablemente sólo lo había empeorado. Corrió las cortinas y miró la habitación de Aiden; sintió una gran desilusión al ver que las luces estaban apagadas. Quizá había pensado que duraría más en leer todo y había decidido irse a dormir, aunque no sonaba como algo que Aiden haría, no después de haberle pedido que leyera las notas.

El reloj marcaba poco más de la 1:00 a.m., pero no le importó. La velada de Nochebuena había terminado buen rato antes, así que bajó sin preocupación de ser vista y fue directamente al patio trasero de la casa de los Jones. Anya sabía que había algunos tablones de la reja de madera que estaban flojos, así que utilizó ese conocimiento para colarse.

Se sintió aliviada cuando vislumbró a Aiden sentado bajo unos de los frondosos árboles que tanto cuidaba su madre. Tenía entre las manos una pelota de béisbol que lanzaba una y otra vez sobre su cabeza, para luego atraparla.

—Aiden… —lo llamó y odió notar que su voz había sonado temblorosa.

Él soltó la pelota al escucharla y se puso de pie casi de un salto. Anya quería acercarse, aunque sus piernas parecían haberse quedado adheridas al césped, impidiéndole caminar. Agradeció que a él no le sucediera lo mismo y que en pocos segundos ya estuviera frente a ella.

—Has venido.

Ella asintió tontamente, a la vez que le regresaba la caja que contenía las notas. Un destello de miedo se reflejó en los ojos verdes de Aiden.

—Anny…

Aiden se quedó quieto, mirándola. Había poca luz, pero aun así pudo distinguir las manchas de maquillaje en su rostro.

Anya se quedó en silencio, a pesar de que sabía que Aiden moría por tener una respuesta. Dio un par de pasos torpes hacia él y le sonrió.

Aiden comenzó a reírse e hizo desaparecer el espacio entre ellos. La abrazó con fuerza, todavía incrédulo de que Anya estuviera ahí, con él, y que a pesar de tanto tiempo y de tantos malos ratos que le había hecho pasar, estuviera dándole una oportunidad.

Feliz Navidad, Anny —contestó, su voz estaba llena de algarabía—. Eres el mejor regalo que jamás tendré.

Anya sonrió y le creyó. Además, él también era su mejor regalo de Navidad.

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