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  • Selene Orega

Luces de Navidad: Suzette & Jayden

Actualizado: 21 nov 2021

CANCELADO. CANCELADO. CANCELADO. CANCELADO. CANCELADO.

Los anuncios en los tableros cambiaban constantemente, sólo para afirmarle a los pasajeros lo que ya temían: Su vuelo había sido cancelado.

Suzette se sintió aliviada de que su vuelo hubiera alcanzado a aterrizar antes de que el mal clima se apoderara de la ciudad y les complicara la vida a todos. Aun así, estaban tardando horrores en sacar el equipaje del avión por el caos que se estaba viviendo en el aeropuerto. Los hicieron ir a una de las salas de espera, donde les anunciarían cuando fuera posible que recogieran sus maletas.

El aeropuerto estaba a reventar, entre personas que habían llegado a tomar un vuelo, los que habían hecho una escala o los que esperaban que su equipaje fuera rescatado de los aviones. Suzette tomó con fuerza su bolso para evitar perderlo entre la multitud mientras se dirigía a uno de los diminutos locales de comida, necesitaba un refrigerio, ya que había rechazado los alimentos ofrecidos en el vuelo, siempre le habían parecido insípidos.

Mientras esperaba su pedido, pescaba fragmentos de conversaciones, aunque no estaba particularmente interesada en enterarse de la vida de todos esos desconocidos que la rodeaban. Se sumergió en las noticias que veía en su celular, al parecer, la tormenta de nieve no haría más que empeorar. Hizo una mueca y después de algunos minutos, donde no encontró ningún comentario esperanzador con respecto a la situación, guardó el aparato en el bolsillo de su abrigo.

—Su orden, señorita —anunció amablemente el mesero, dándole la comida resguardada en una bolsa de papel.

—Gracias.

Suzette notó que el mesero no dejaba de mirarla de reojo una vez que le había entregado su pedido, pero ella se levantó de la mesa, dio media vuelta y salió del establecimiento.

Regresó a la sala de espera indicada, no quería perderse el anuncio de que podía recoger sus pertenencias, aunque, sinceramente, creía que no llegaría tan pronto como lo deseaba. Fue toda una odisea encontrar un lugar donde sentarse, todos los pasajeros querían esperar cómodamente; estaba a punto de buscarse un espacio en el piso cuando un asiento quedó libre.

Una vez sentada, maldijo internamente su arraigada manía de no viajar ligera y llevar sólo equipaje de mano, si lo hubiera hecho así, no se encontraría sentada en una atiborrada sala de espera en Nochebuena. Sacó el sándwich de pollo que había comprado y le dio un mordisco, luego se puso a mirar los alrededores, buscando algún indicio de las festividades, pero no había ninguno. Consideró que era lo mejor, lo que menos necesitaba la gente era que le recordaran que estaban varados justo en una de las fechas más icónicas del año.

No es como que a ella no le molestara estar ahí, pero se había resignado hacía ya un par de semanas, cuando le fue encargada una negociación con un cliente nuevo. Había tenido que viajar un par de días a Chicago y se le había notificado con tiempo que regresaría hasta un día antes de Navidad. Aun con ello, pensó que había esperanza, estaría en Nueva York por la tarde y todavía podría manejar hasta Nueva Jersey para visitar a su familia. Claro que no contaba con aquella odiosa tormenta de nieve que había estropeado sus planes, no podría manejar con ese clima y tampoco algún taxi se arriesgaría a hacerlo.

Suspiró y dio otro mordisco al sándwich. Había un par de niños corriendo a tan sólo un par de metros de ella, ajenos a la estresante situación que sus padres estaban viviendo; a una distancia más grande, en los mostradores, podía notar que un hombre con espalda ancha y enormes brazos peleaba con una de las empleadas de una aerolínea, no lo escuchaba, aunque su expresión corporal lo dejaba claro.

Había colocado el último pedazo de sándwich en su boca cuando su celular comenzó a sonar. Lo sacó del bolsillo, mientras masticaba con rapidez para poder contestar. Sonrió cuando vio «Angie» en la pantalla. Tragó y luego saludó animosamente.

—¡Hola, hermanita! ¿A qué debo el honor?

Para estar varada en el aeropuerto, suenas bastante animada.

—Es sólo porque me estás llamando.

Entonces quizá la razón por la que te llamo te alegre más.

—¿Y cuál es esa razón?

¡Iremos por ti!

Angie había sonado realmente emocionada, sin embargo, después de su anuncio, ambas se quedaron en silencio. Suzette hizo una mueca, agradeciendo que su hermana no podía verla.

¿Suzu?

—No, Angie.

¿No? —repitió ella, sorprendida—. ¿Por qué no?

—Si fuera posible conducir esa distancia, yo misma viajaría a Nueva Jersey —explicó algo que le parecía evidente, aunque su hermana menor parecía no haber caído en la cuenta.

Pero… mamá y papá han accedido.

—Porque de alguna forma siempre logras convencerlos.

Suzu…

—He dicho que no, Angie —dijo firmemente—. Tampoco a mí me agrada quedarme en Nueva York hoy, pero no voy a arriesgarlos. Si el clima mejora mañana, puedes estar segura de que iré.

¡Pero nunca hemos pasado una Navidad separados!

—Siempre hay una primera vez para todo.

¡No es justo!

—No, no lo es. —Suspiró—. Por lo menos puedes alegrarte de que te comerás mi ración de postre.

Eso no me consuela, en realidad.

—Pero te hará sentir un poco mejor.

Escuchó como se reía por lo bajo, tratando de que Suzette no la escuchara. Ella, por su parte, sonrió al pensar en Angie abrigada con un grueso suéter y una bufanda a juego, como lo hacía cada Nochebuena, a pesar de que no salían de casa y no tenía que enfrentarse al inclemente clima.

—No insistas en viajar, ¿de acuerdo? Me molestaré mucho contigo si se ponen en riesgo por algo que no es importante.

Que pases sola Nochebuena sí es importante —corrigió Angie.

—No más que su seguridad —refutó Suzette—. Prométemelo.

Escuchó como Angie refunfuñaba del otro lado de la línea, se la imaginó frunciendo el ceño y haciendo una mueca.

Bien —dijo al fin, derrotada.

—Les llamo más tarde, ¿de acuerdo?

¡De acuerdo!

Volvió a guardar el celular en su bolsillo. Miró alrededor, todo seguía siendo caótico y el anuncio para recoger su equipaje no llegaba, ¿acaso la harían esperar toda la noche? Sacó de su bolso un libro y continuó la lectura que había comenzado en el avión, de alguna manera tendría que matar el tiempo, aunque con tanto ruido rodeándola, le sería difícil concentrarse.

Llevaba unas pocas páginas leídas cuando un celular cerca de ella comenzó a sonar tan fuerte, que no pudo evitar mirar de reojo al dueño de dicho aparato. El hombre a su lado tomó el celular y contestó al tercer timbrazo, mostrando una expresión de total exasperación.

—Diga.

La voz de aquel extraño era profunda y hablaba tan cortantemente, que incluso un bebé sentado al otro lado de él, lo miró con expresión asustada. Suzette levantó ambas cejas y trató de sumergirse nuevamente en el libro.

—Sigo esperando el equipaje —dijo el hombre con tono de fastidio, luego pareció escuchar con atención lo que decía la persona al otro lado de la línea—. No, de cualquier manera, han cancelado el otro vuelo, ¿qué se supone que voy a hacer en Nueva York?

«Dejar de fastidiar a otra gente con tu mal humor», pensó Suzette, mientras resoplaba, sin importarle si él lo notaba o no.

—¿Cómo dices? ¿No hay reservación a nombre de Jayden Lautner? —preguntó, enfadado—. ¿Dónde demonios crees que voy a dormir entonces? ¿En el jodido aeropuerto?

Suzette lo miró sin tapujos. ¿Acababa de decir Jayden Lautner? Quizá para los demás era un simple extraño, pero ella sí que reconocía el nombre, era un importante magnate y la empresa para la cual trabajaba había tenido tratos con él, incluso había unos más que se llevarían a cabo en el futuro.

Siguió escuchando cómo se quejaba, despotricando por la ineptitud de su asistente, por la tardanza de la aerolínea y por lo inconveniente del clima, lo cual ni siquiera estaba en sus manos arreglar. Suzette no había tenido trato con él antes y, después de escucharlo, se alegró de que así hubiera sido.

—¡Por supuesto que tienes que hacer algo! Y más te vale que no tardes, estoy harto de esta nefasta situación.

Varias personas estaban enfocadas en él, así que cuando colgó, se dio cuenta de que estaba siendo observado por su escandalosa conversación. Fulminó a todos con la mirada y cada quien volvió a sus asuntos, menos Suzette, quien había cerrado el libro y tenía sus ojos verdes fijos en el blanquecino rostro de Jayden.

—¿Se te perdió algo? —preguntó Jayden en tono grosero.

—No, simplemente era imposible no notarte con el escándalo que montaste.

—¿Disculpa?

—Vaya, al parecer te crees tan importante que piensas que estas aislado de la multitud que te rodea. Sorprendente.

Suzette volvió la vista al libro, pero ahora era Jayden quien no le quitaba la mirada de encima, se sentía ofendido por sus palabras.

—Mis asuntos no son de la incumbencia de nadie más —dijo él, escudriñándola.

—Entonces deberías haber cuidado tu tono de voz, prácticamente todos los que estamos en el aeropuerto te escuchamos —refutó ella, sin dejar de mirar el libro, a pesar de que no estaba leyéndolo.

—Estás exagerando. —Rodó los ojos.

—¿Y tú no? —Cerró el libro y volvió a mirarlo—. A nadie le gusta estar varado aquí y todos deseamos recoger nuestro equipaje, pero mira a tu alrededor, eres el único haciendo una escena por ello.

—No tienes idea de con quien hablas —agregó, apretando los dientes.

—Desafortunadamente, sí la tengo.

Él pareció desconcertado ante su respuesta, sin embargo, Suzette se lo pensó mejor y no le dijo que sabía que era un hombre de negocios importante, podría llegar a afectar sus negociaciones futuras.

—Jayden Lautner, ¿no? Dudo que estés peleando una habitación de hotel para alguien más, no te ves así de dadivoso.

—Sería maravilloso que buscaras otro asiento y dejaras de molestar —su tono estaba plagado de fastidio.

—Si tan molesta soy, busca tú otro lugar donde sentarte.

—Eres tan…

«Pasajeros del vuelo Y204, ya pueden recoger su equipaje en la banda número 6. Gracias por su espera y Felices Fiestas».

La tan esperada notificación para recoger el equipaje había llegado, cortando de tajo cualquier cosa que Jayden hubiera querido decirle a Suzette.

Suzette se puso de pie inmediatamente y se alejó sin mirarlo. Jayden, con el ceño fruncido, tomó el equipaje de mano y, muy a su pesar, siguió el camino que ella había tomado. Entre más rápido llegara a la banda para tomar sus pertenencias, más rápido dejaría el aeropuerto, aunque de momento no tuviera a donde ir.

Los pasajeros de su vuelo ya se arremolinaban alrededor de la banda, que ya había comenzado a moverse, pero que aún no tenía equipaje. La fluencia no era buena, una sola maleta tardaba hasta cinco minutos en aparecer; a la mayoría de las personas no les importaba demasiado, pero Suzette y Jayden estaban especialmente impacientes.

Cuando Suzette visualizó los colores chillones de su maleta, sonrió y suspiró aliviada. Se acercó, la tomó con fuerza y la bajó de la banda; no era muy pesada, aunque de cualquier manera se tambaleó por unos segundos, en lo que la acomodaba sobre el piso.

—Interesante elección de maleta. ¿Qué tienes? ¿10 años?

Suzette reconoció la voz de Jayden, quien estaba parado a su lado, sosteniendo una maleta negra y sonriendo burlonamente.

—¿Y a ti eso que te importa? —contestó ella, con desinterés—. Además, mi elección de maleta es mucho más divertida que la tuya y de lejos, más fácil de reconocer al momento de recoger el equipaje en los aeropuertos. —Le dio un vistazo a la maleta—. Ya veo que sólo reconoces la tuya por la etiqueta.

Jayden trató de esconder la etiqueta con su nombre, pero ya era tarde. Trató de que los comentarios de aquella desconocida no lo hicieran flaquear, ¿desde cuándo podían amedrentarlo tan fácilmente?

—Generalmente viajo por cuestiones de negocios, no voy a ir por ahí con una maleta que parece que pertenece a un payaso.

—Dudo mucho que las personas con la que haces negocios tengan la oportunidad de ver tu equipaje, pero entiendo completamente tu punto. —Sonrió socarronamente.

Suzette se alejó de él y caminó hacia la salida del aeropuerto. La fila de espera para un taxi era larguísima, provocando que hiciera una mueca. Tomó el celular, marcó y esperó en la línea, ella era su única esperanza; después del cuarto timbrazo, escuchó aquella voz delicada y alegre.

¡Suzu! ¡Hola!

—Hola, Julie. —Sonrió, aunque su amiga no pudiera verla—. ¡Me alegra tanto que contestaras!

¿Ah, sí? ¿Y eso por qué?

—Necesito tu ayuda. —Lanzó un largo suspiro—. ¿Crees que podrías pasar por mí al aeropuerto? Sé que es Nochebuena y…

Ni que lo digas —interrumpió Julie—. ¿Ya estás lista?

—Completamente.

Te veo en unos minutos.

—¡Gracias!

Julie McLean era una de sus amigas de la oficina y Suzette se sintió infinitamente agradecida de que su apartamento estaba muy cercano al aeropuerto. Julie era un torbellino de positivismo y algarabía, sabía que, si había alguien que la pudiera rescatar, era ella.

—Así que alguien vendrá por ti.

Suzette dio un respingo al escuchar la voz tras ella. Se giró, topándose con la alargada silueta de Jayden; frunció el ceño.

—¿Por qué me has seguido?

—Vine buscando un taxi y casualmente escuché tu llamada. —Se alzó de hombros, tratando de parecer despreocupado—. Si alguien vendrá por ti, podrían llevarme. Puedo pagarles bien.

—Eres un cínico. ¿Acaso escuchas alguna vez cómo le hablas a otras personas? —Soltó la agarradera de la maleta con fuerza, logrando que ésta cayera de lado.

—¿Yo? ¡Si fuiste tú quien comenzó a criticarme hace un rato!

—Genial, has empezado a hacer otra escena. —Levantó la maleta y bajó el tono de voz—. El dinero no lo soluciona todo, ¿o acaso te ha conseguido una habitación de hotel para hoy?

—¿Ahora te burlas de mi desgracia?

—¡Por todas las estrellas! —Levantó los brazos, exasperada—. Eres un dramático y un prepotente. —Tomó la maleta y su bolso con fuerza.

Un coche rojo se estacionó detrás de los escasos taxis que estaban dando servicio aquella noche. Suzette caminó rápidamente hacia él y luego vislumbró el cabello rubio de su amiga, quien ya había salido del vehículo para ayudarle con la maleta.

—¡Julie! ¡Gracias al cielo!

—¿Qué ha pasado? No es que me queje de salir a salvarte el trasero, sólo soy curiosa.

—Todo se atrasó debido a la tormenta, llegué de Chicago hace rato.

—¡Cierto! La negociación.

Julie vagamente estaba abrigada, aunque no parecía importarle en lo absoluto.

Suzette avanzó hacia la puerta del copiloto y entonces escuchó un carraspeo; rodó los ojos antes de girarse y ver que Jayden seguía ahí.

—¿Qué haces aquí todavía?

—¿En serio vas a dejarme varado?

—¿Y este quién es? —preguntó Julie, mirándolo de arriba a abajo.

—Jayden Lautner. —Extendió la mano hacia Julie.

—¿Jayden Lautner? —repitió ella, mientras estrechaba su mano.

—Ahora resulta que puedes ser educado —exclamó Suzette de mala gana.

—¿El Jayden Lautner dueño de casi todo Lautner Co.? —Julie parecía embobada.

—El mismo.

—Vaya, Suzu, ¿dónde lo has pescado?

—Vámonos, el señor puede ocuparse de sus propios asuntos.

—¿Señor? —Julie se rio—. Vagamente rondará los inicios de los 30.

—Gracias —dijo él, mirando a Suzette con reproche.

—¿Por qué no esperaste a que la aerolínea les consiguiera donde quedarse? Si cancelaron tu vuelo, es su obligación. —Suzette abrió la puerta del coche, a pesar de que Julie aún no tomaba su lugar frente al volante.

—¿Y compartir habitación con un montón de extraños? Ni loco.

—Entonces, estarás más cómodo durmiendo en la calle.

—¿Y si se queda contigo? —Julie miró a Suzette, sonriendo.

—No —contestó ella cortantemente—. ¿Qué tal si se queda contigo? —contraatacó Suzette.

—Chris me mataría si llego con un hombre al apartamento. —Se rio—. Escucha, Jayden —su tono sonaba más serio, pero no había dejado de sonreír—. Llevaré a Suzu a su apartamento, si quieres irte de aquí, sube al coche de una vez.

—¿Qué se supone que haré ahí?

—Es tu problema, chico bonito. —Julie se alzó de hombros—. Pero es probable que tengas más oportunidad de encontrar opciones de transporte u hospedaje si dejas el aeropuerto.

Él miró a Suzette tomar asiento, ponerse el cinturón de seguridad y cerrar la puerta. Jayden suspiró y finalmente asintió, subió la maleta a la cajuela y tomó el asiento trasero a la vez que Julie encendía el coche.

Julie manejó despacio para evitar derrapes, la nieve aún no imposibilitaba la circulación dentro de la ciudad, pero estaban conscientes de podría suceder en cualquier momento. Los minutos le parecieron eternos a Jayden, llevaban casi una hora en el trayecto cuando cayó en la cuenta de que estaban cerca de Central Park.

—Suzu. —Julie hizo una mueca—. Si me adentro más, no podré salir en toda la noche.

—Descuida, puedo ir caminando desde aquí, ya no estoy tan lejos.

—Lo siento.

—¡No hay nada de que disculparse! Al contrario, gracias por ir en mi ayuda. —Sonrió.

Julie estacionó en medio del caos y les ayudó a bajar el equipaje del coche. Le dio un apretado abrazo a Suzette y luego les deseó felices fiestas tanto a ella como a Jayden.

Suzette tomó con fuerza su maleta y comenzó a caminar, sin prestarle atención a Jayden, estaba a unas cuantas cuadras de su apartamento y, aunque hacía un frío espantoso, podría llegar mucho más rápido que si trataba de tomar un taxi.

—Oye, ¡oye! —gritó Jayden, siguiéndola—. No me dejes aquí.

—Creí que buscarías un lugar donde quedarte —dijo ella, sin detenerse.

—¿Quieres que me quede en la calle mientras tanto?

—Siendo honesta, me es indiferente.

—¿Te irás caminando? ¿Estás loca? ¡El clima es horrendo!

—Y no mejorará si me quedo aquí, así que me voy a casa.

Él no contestó, aunque Suzette se dio cuenta de que la seguía. En el trayecto, escuchó como Jayden había llamado a su asistente, quien no parecía tener buenas noticias para él, también llamó a varios hoteles, pero aparentemente todo estaba abarrotado. Para cuando Suzette vislumbró el edificio de apartamentos, Jayden aún estaba tras ella, con un humor de los mil demonios.

—Bueno, ya he llegado. —Se plantó frente a la entrada del edificio—. Que tengas buena suerte con tu búsqueda —dijo, aunque sus palabras no sonaban para nada sinceras. Se giró para abrir la puerta.

—Espera. Quizá podamos negociar.

Suzette lo miró. el rostro de Jayden todavía expresaba molestia, aunque parecía estarse conteniendo para no mostrarse grosero y lograr que ella le ayudara. Suzette cruzó los brazos y él tomó aquel gesto como una pauta para seguir hablando.

—¿Qué deseas a cambio de que me dejes pasar la noche en tu apartamento?

—Pensé que no querías quedarte en un lugar con un montón de extraños. —Levantó ambas cejas.

—Al parecer no tengo opción. —Apretó los labios—. ¿Viven más personas contigo?

—No.

—Eso ayuda mucho, entonces. —Jayden parecía menos tenso ante aquella información.

—No he dicho que puedes quedarte.

—¿Qué deseas a cambio? —volvió a preguntar.

Suzette lo miró atentamente, ladeando la cabeza y pensando qué sería bueno pedir. Personalmente, no creía que Jayden pudiera darle algo que le interesara, pero profesionalmente hablando…

—La empresa para la que trabajo tiene unas cuantas negociaciones a futuro con la tuya, quiero que nos ofrezcas buenos tratos.

—Mujer de negocios, ¿eh? —Le ofreció una sonrisa coqueta—. Bien, pero tú debes estar en las reuniones.

—Por supuesto. —Suzette sabía que Jayden era una persona difícil y sabía que debía estar presente si quería hacerlo cumplir.

Sin decir más, Suzette se giró nuevamente hacia la puerta, abrió y le indicó a Jayden que la siguiera. El apartamento de Suzette estaba en el sexto piso y, al llegar, sintió la maravillosa sensación de por fin estar en un lugar seguro.

Jayden observó el lugar y se sorprendió, por alguna razón, esperaba un apartamento pequeño y modesto, totalmente contrario a lo que estaba viendo. Pasando el estrecho recibidor, llegaron a una alargada estancia, que contaba con una elegante sala en color gris rata, algunos muebles de madera y cuadros de arte minimalista en las pulcras paredes blancas.

—Por aquí —dijo ella, sin detener su caminar.

La siguió. Mientras recorrían el apartamento, arrastrando sus maletas, Jayden pudo ver de paso una espaciosa cocina en tonos grises en conjunto con un comedor ovalado de madera oscura. Suzette se detuvo frente a dos puertas blancas.

—Esa es tu habitación. —Señaló una de las puertas—. Al lado está la mía, pero tienes prohibido acercarte siquiera.

—Que exigente.

—Deja tus cosas y reúnete conmigo en la sala.

—¿Para qué?

—Iremos a comprar víveres.

—¿Con este clima? ¿Estás demente?

—No te estoy preguntando tu opinión.

—Puedo esperarte aquí.

—¿Dejar a un desconocido en mi apartamento? Ni loca, irás conmigo.

—No iré.

—Esto no es un hotel, querido, y si digo que irás, irás.

—Eso no fue parte del trato.

—En ninguno momento acepté que te pasearas como amo y señor en mi casa. ¿Qué más esperas? ¿Qué te haga el desayuno?

Suzette lo fulminó con la mirada cuando notó que Jayden estaba a punto de contestar un «sí» a sus preguntas sarcásticas.

—Deja tus cosas y reúnete conmigo en la sala —repitió, luego entró a su habitación y cerró la puerta.

Refunfuñando, Jayden entró a la habitación. La decoración de la cama y las cortinas era del mismo tono de gris que la sala, había un sillón individual en azul cobalto cerca de la ventana y más cuadros; era una decoración bastante simple, pero le agradó.

Cuando salió a la sala para encontrarse con Suzette, ella ya se había puesto una gruesa bufanda y un gorro, además de haber cambiado su abrigo por uno más grueso; sobre su hombro, tenía una enorme bolsa de tela.

—Vámonos.

Jayden resopló y salió tras ella.

El viento se había vuelto más fuerte y la nieve revoloteaba a su alrededor, haciendo que Jayden entrecerrara los ojos; Suzette tenía las mismas complicaciones, sin embargo, al ir al frente, no se lo dejaba saber a Jayden.

Llegaron a un supermercado a unas cuantas cuadras del edificio de apartamentos y, desde que entraron, Jayden tomó su propio camino para escoger lo que necesitaba, estaba seguro de que Suzette no se molestaría en comprar algo para él. No le agradaba en absoluto tener que comer algo empaquetado o preparar la cena, hacía muchos años que no hacía ni una cosa ni otra, pero dada la situación, tendría que improvisar.

El lugar estaba prácticamente desierto, así que le fue fácil escuchar a Suzette a un par de pasillos, ¿con quién hablaba? Se acercó sigilosamente, guiándose por su voz y, cuando estaba por dar vuelta, la vio, acompañada de un hombre rubio que mostraba una sonrisa ligeramente burlona; se quedó quieto para observarlos.

—Que simplona eres, Suzette —dijo el desconocido, mirándola—. Y tan imprudente como siempre.

—Ya basta, Matthew —sintió que la voz le temblaba, por mucho que había tratado de que sonara firme—. Tuvimos la desgracia de encontrarnos, no significa que tenga que escucharte.

—¿Crees que voy a creer que no querías verme? Aún recuerdo como lloriqueabas cuando me fui del apartamento.

—Porque estaba muy enojada, sólo por eso. —Y era cierto, aunque no le dejaría saber que también había habido más sentimientos involucrados.

Matthew se rio y se acercó peligrosamente al rostro de Suzette, quien retrocedió un paso. Jayden seguía observándolos y, casi sin darse cuenta, había fruncido el ceño.

—Esa carita no te quita lo aburrida. —Tomó un mechón de su cabello—. No me sorprendería que te quedes solterona, ¿quién podría ser capaz de soportarte?

Jayden vio a Suzette temblar y él mismo se sintió indignado ante los comentarios del tal Matthew. No sabía prácticamente nada de ella, pero quedarse observando sin hacer algo le pareció totalmente inaceptable.

—Suzu, cariño, ¡ahí estás!

Jayden se había acercado con paso decidido, sonriendo. Suzette lo miró, un poco desconcertada y Matthew levantó ambas cejas, sorprendido.

—Siento haberme retrasado, ya podemos comenzar a buscar las cosas para la cena. —La abrazó fuertemente, rogando internamente que ella no se alejara y lo dejara en ridículo.

—Vaya, tienes un amiguito.

—Nada de amiguito, soy su prometido. —Sonrió radiantemente al hacer la corrección.

—¿Prometido? —repitió Matthew, parecía incrédulo—. ¿Y dónde está la sortija, entonces?

—¡Oh! Está en casa. Llegamos hace poco de Chicago y, como bien sabrás, tienes que quitarte todo el metal en las revisiones, así que Suzu lo guardó en su bolso y se quedó ahí el resto del viaje. Una insignificancia —explicó Jayden con tono relajado—. Si tenemos el gusto de coincidir contigo en el futuro, seguro que la notarás. Suzu quería algo discreto, pero no pude resistirme, esos diamantes fueron hechos para adornar su dedo.

La burla había desaparecido del rostro de Matthew y Jayden no pudo más que extender su sonrisa, si es que eso era posible. Suzette le apretó la mano, no sabía si para seguirle la corriente o por lo nervios, daba igual, estaba ayudando a que aquella farsa pareciera real.

—Tenemos cosas por comprar, así que, con tu permiso. —Suzette posó las manos sobre el carrito de compras y comenzó a caminar para alejarse de Matthew.

Jayden hizo un movimiento de cabeza para despedirse de Matthew y alcanzó a Suzette, pasándole un brazo sobre los hombros.

Deambularon por los pasillos en silencio, viendo un sinfín de productos sin tomar ninguno. Después de algunos minutos, Jayden retiró el brazo y Suzette se notó más tranquila.

—Ehm… ¿deseas algo de cenar en particular? —preguntó ella con un tono tan bajo que casi fue imperceptible.

—¿Es en serio?

—Mira, sé lo que hiciste, ¿de acuerdo? No necesitamos hablar de ello, sólo… gracias.

—Mientras tú cocines, lo que sea está bien.

Suzette rodó los ojos, pero asintió. En todo el recorrido por los pasillos, se mantuvieron sin decir palabra y cuando llegaron a la caja, ella se negó a aceptar el dinero de Jayden.

—Pero tú cargarás la bolsa.

Jayden resopló, aunque finalmente tomó la bolsa de tela llena de víveres. Cuando salieron del supermercado, ambos temblaron al ser recibidos por una helada ráfaga. Apuraron el paso, pero aun así sintieron que tardaron una eternidad en vislumbrar el edificio.

Al entrar al apartamento, se sacudieron los restos de nieve en el recibidor y luego fueron directamente a la cocina.

—En el mismo pasillo de las habitaciones se encuentra el baño, por si deseas darte una ducha —dijo Suzette, sacando las cosas de la bolsa—. Estaré aquí, preparando la cena.

Jayden asintió, aunque Suzette no lo miraba, desde que habían tenido aquel encuentro con Matthew, había estado cabizbaja.

La ducha le sentó de maravilla. Se cambió sin prisa e incluso osó a usar la secadora de cabello de Suzette para evitar el sentimiento de frío debido a la humedad. Cuando regresó a la cocina, Suzette ya estaba sirviendo la cena: Ensalada de frutos rojos con salsa de mostaza y miel, pasta a los tres quesos y un par de copas de vino tinto.

—Comer sándwiches en Nochebuena me parecía un poco deprimente —dijo ella, tomando asiento frente a uno de los platos—. Estoy segura que tenías planeada una cena mucho mejor, pero…

—Está bien —interrumpió Jayden—. Después de lo del aeropuerto, es más de lo que esperaba tener de cena.

Suzette se sentía más relajada al notar que Jayden había dejado de mostrarse como si el suelo no lo mereciera, su actitud no era precisamente humilde, pero había abandonado aquel tono tosco.

—¿A dónde tenías que ir? —preguntó Suzette, después de varios minutos donde lo único que se escuchaba era el sonido de sus cubiertos.

—A Montreal, hay una negociación importante mañana.

—¿Y no hay nadie más que la pueda hacer por ti?

—Claro que sí, pero ese no es el punto.

—¿Cuál es el punto, entonces?

—Soy el socio mayoritario de la empresa, las negociones más importantes están a mi cargo, no las atiende cualquier empleado.

—El clima es algo totalmente fuera de tus manos, Jayden, no entiendo por qué te molestas tanto. —Dio un sorbo al vino, a la vez que le dedicaba una mirada fugaz—. Seguro habrá alguien en quien tengas suficiente confianza para que pueda estar presente en tu lugar.

—No hay nadie a quien pueda tenerle total confianza. —Apretó los labios, hablar de esos temas no le gustaba, pero no quería empezar a discutir de nuevo con Suzette por temas que ella no entendía.

—Sólo digo que deberías tener un plan B, en caso de que el clima no mejore mañana. —Se alzó de hombros y continuó comiendo.

El tintineo de los cubiertos ahogó de nuevo a las palabras. Para cuando ambos terminaron su cena, Suzette le pidió a Jayden que dejara todo en el fregadero y ella se encargaría de limpiar al día siguiente; acto seguido, fue a tomar una ducha.

Una vez hecho el encargo de Suzette, se encerró en su habitación. Se acostó sobre la cama y, a pesar de que no deseaba tener que recurrir a otra persona, sabía que tenía que pensar en alguien a quien encomendarle la negociación, en caso de que no pudiera llegar. Repasó mentalmente las mejores opciones en la oficina de Montreal, aunque después de un rato, aquel montón de nombres sólo logró que se quedara dormido.

«Last Christmas, I gave you my heart

But the very next day you gave it away

This year, to save me from tears

I'll give it to someone special…»

La melodiosa voz de su madre resonaba por todo el coche, mientras su padre manejaba sonriente, escuchando a su mujer cantar. Jayden sabía que ya estaba bastante mayor para seguir haciendo aquellos viajes anuales con ellos, pero nunca reunía el valor para negarse, vaya, ni siquiera se atrevía a pedir que cambiaran la música porque sabía lo mucho que los temas navideños les gustaban a sus padres.

Siempre, a pocos días de Navidad, hacían un viaje en coche de Nueva York a Boston. Tenían una cabaña a las afueras de la ciudad donde pasaban las festividades, así que se encargaban de llenar el coche de víveres y no se preocupaban por tener que dejar su pequeña burbuja por algunos días.

—Me alegra que seas mi mano derecha en la compañía, Jay —dijo su padre, mirándolo de vez en vez por el retrovisor—. Sé que estaremos en buenas manos cuando decida retirarme.

—Espero que no sea pronto.

Su padre se rio, aunque Jayden hablaba muy en serio. Sabía el manejo de la compañía casi al cien por ciento, pero saber que su padre estaría apoyándolo si lo necesitaba, le daba alivio, aún no se sentía lo suficientemente confiado para que lo dejaran solo al frente de la empresa.

—No está en mis planes futuros, eso es seguro.

—Estamos muy orgullosos de ti —dijo su madre, sonriendo—. No creas que no me doy cuenta que te abochorna un poco hacer estos viajes, pero aun así lo haces y no sabes lo mucho que significa para nosotros.

—Mamá…

—Tranquilo, Jay. Quizá finalmente te soltemos el próximo año y…

La voz de su madre se distorsionó, un grito de terror se apoderó de su garganta debido al derrape del coche. Su padre vociferaba que se sujetaran con fuerza, sin embargo, ¿qué más podían hacer si ya llevaban puestos los cinturones de seguridad?

Jayden no tuvo tiempo de reaccionar, repentinamente, el coche se encontraba dando volteretas y en tan solo unos segundos, su vida dio un giro terrible e inesperado. No podía moverse y los débiles chillidos de su madre se escuchaban como un eco lejano. Llanto, sólo escuchaba llanto…

Abrió los ojos, sintiendo su pulso ligeramente alterado. Se sentó sobre la cama y notó que había pasado poco más de una hora desde que la cena con Suzette había terminado. La habitación estaba a media luz, tal cual él la había dejado, aunque por debajo de la puerta se dio cuenta de que la luz del pasillo se había extinto.

Y entonces escuchó los sollozos, ¿realmente alguien lloraba? Entre más trataba de escuchar, más difícil le era, parecía que se alejaba de él. No había salido de la habitación, pero escuchó como la puerta de entrada se abría y se cerraba con lentitud, luego, el lugar se quedó hundido en silencio.

Tomó su abrigo y se lo puso de camino a la salida del apartamento. Escuchó pasos cerca de él y el sonido del llanto volvió a ser perceptible. Después de un par de minutos, finalmente le fue posible vislumbrar la silueta de Suzette, moviéndose por los pasillos como sombra.

Suzette tomó el elevador; cuando dejó de subir, Jayden vio que la última parada era la terraza. Casi a ciegas, buscó las escaleras, y subió todos los pisos que faltaban, encontrándose sin aliento para cuando llegó a su destino. Cuando abrió la puerta, el frío se apoderó inmediatamente de él, el viento soplaba con fuerza y la nieve se arremolinaba por todas partes.

A pesar del clima, no pudo evitar sorprenderse ante la grandeza de aquel espacio. Era un jardín más que una terraza: Las jardineras, donde en otra temporada brillaría el césped, estaban cubiertos de nieve, aunque se percibía un toque rojo perteneciente a las nochebuenas; los pequeños árboles estaban totalmente blancos y bailaban al son del viento; y también había unas cuantas bancas colocadas estratégicamente en todo el lugar.

Suzette estaba sentada en la banca más cercana al precipicio, la que le daba una vista parcial a la ciudad que se extendía ante ellos. Debido al viento, eran difíciles de percibir, pero Jayden se dio cuenta de que los sollozos no habían desaparecido.

No se atrevió a acercarse, de hecho, quizá retirarse sin ser visto sería lo mejor, después de todo, ¿quién era él para meterse en los asuntos de Suzette?

El llanto aumentó y ni siquiera el aullido del viento pudo sofocarlo. Suzette recargó los codos sobre sus piernas y se tapó el rostro con las manos, el cabello cayéndole alrededor de la cara como una cascada oscura que ocultaba las lágrimas.

Casi sin darse cuenta, comenzó a caminar lentamente hacia ella, dejando un rastro de pasos tras de sí. Tiritó al momento de llegar a su lado, inhaló con fuerza y posó la mano sobre su hombro. Suzette dio un respingo ante el contacto y giró el rostro, al ver a Jayden, rápidamente se limpió las lágrimas con el dorso de la mano.

—¿Qué haces aquí?

—¿No quisieras hacerte esa misma pregunta a ti misma? —la voz de Jayden estaba llena de cautela. Vio como las lágrimas de Suzette aún bailaban en sus ojos—. Por muy bonito que te resulte este lugar, el clima es espantoso, Suzette, deberías volver al apartamento.

—Necesitaba despejarme.

—¿En medio de una tormenta de nieve?

—Da igual. —Se alzó de hombros y dejó de mirar a Jayden.

La vista de Suzette se posó sobre lo poco que se distinguía de la ciudad, la nieve emborronaba el panorama. Cuando sintió que otro par de lágrimas aparecían, volvió a limpiarlas, ahora con la manga del abrigo de lana que llevaba puesto y que, en realidad, no era lo suficiente acogedor para mantenerla cálida.

Jayden limpió la nieve sobre la banca y se sentó al lado de Suzette. ¿Qué demonios estaba haciendo? No era bueno para relacionarse con otras personas, no desde aquel accidente y, sin embargo, ahí estaba, al lado de una chica de la cual no sabía gran cosa.

—Suzette, sea lo que sea, no creo que quedarte aquí vaya a solucionar algo. —Tenía el cuerpo tenso, sin saber muy bien si mantener la distancia o tratar de tener algún otro gesto con ella—. Sólo lograrás enfermarte.

—Eso sería la cereza del pastel en esta Nochebuena tan horrible. —Suzette seguía sin mirarlo, tenía la nariz roja y el cabello se le había enmarañado por la ventisca—. Además, no sé a qué viene tu cháchara, ¿no se supone que no querías compartir tiempo con extraños?

—Dejaste de ser una extraña cuando permitiste que me quedara aquí —aceptó, sorprendiéndose él mismo al caer en la cuenta de ello.

Al fin, Suzette lo miró, cerrando los puños con fuerza. El color chocolate de los ojos de Jayden parecía haberse transformado en negro, mostrando una profundidad que, por un momento, la desconectó de los malos ratos vividos aquel día.

—Deberías estar dormido, así podría tratar de lidiar con esto libremente.

Jayden se puso de pie, se posó frente a Suzette y extendió la mano hacia ella. No había escogido quedarse ahí, pero lo único que podía hacer era tratar de pasar la velada de la forma más tranquila posible.

—Bajemos.

Suzette lo miró con expresión perpleja. Al final, lo tomó de la mano y permitió que le ayudara a ponerse de pie.

Jayden no quería saber nada de las escaleras, así que ambos tomaron el ascensor. Cuando llegaron al apartamento, Suzette abrió y fue directamente a la sala, se sentó y fijó su mirada en la mesa de centro, que tenía un arreglo de rosas blancas que ella había comprado días atrás, sólo por el gusto de tener algo bonito en su hogar.

—Dame el abrigo —dijo Jayden al llegar a ella.

Era una orden, aunque su tono de voz había sido tan suave, que ella ni siquiera trató de negarse. Una vez que Jayden tuvo el abrigo de Suzette, lo dejó en el perchero cerca de la puerta de entrada, junto con el suyo, ya que había rastros de nieve en ellos.

Cuando Jayden se sentó a su lado, llevaba con él un par de copas de vino y le ofreció una a Suzette.

—Te hará entrar en calor —dijo él—. Ya he encendido la calefacción, eso también ayudará.

Suzette asintió, miró por unos segundos el líquido rojizo de la copa y finalmente bebió. Sintió un halo de calidez en su garganta tras el segundo trago.

—¿Qué se supone que debo de pensar sobre esto?

—No sé qué quieres decir.

—Nos gritamos en el aeropuerto, luego tú me seguiste y prácticamente me vi obligada a dejar que te quedaras.

—¿Obligada? —repitió él, ligeramente ceñudo.

—Y después me ayudas en el supermercado y te apareces en la terraza —siguió ella, ignorando el comentario de Jayden—. ¿Qué es lo que pasa? Siendo sincera, no pareces el tipo de persona que va ayudando los demás.

—Gracias. —Jayden hizo una mueca.

—No puedes culparme por pensar así, no me has ayudado a tener otra impresión.

—Ya lo entendí, ¿de acuerdo? No necesito hablar más sobre eso.

—Quizá tú no, pero yo si —continuó ella, apretando el tallo de la copa con fuerza—. Ha sido un día espantoso y luego llegas tú con tus cambios de comportamiento y sólo estás logrando que me desquicie.

—No me gusta Nueva York —soltó Jayden finalmente—. Por eso me molestó tanto tener que quedarme, más allá de que no pueda asistir a la negociación mañana.

Se miraron fijamente por unos segundos. Suzette dejó la copa sobre la mesa y suspiró.

—La tormenta sí que jodió todo, ¿no?

—Bastante —aceptó él. Miró de reojo a Suzette y carraspeó—. Así que, Nueva Jersey, ¿eh?

Suzette levantó ambas cejas.

—Estaba sentado a tu lado. —Jayden se alzó de hombros.

—Si me hubiera ido a Nueva Jersey…. —Suspiró—. No me hubiera encontrado al estúpido de Matthew. —Se deslizó hasta dejar el cuello reposando en el respaldo del sofá.

—¿Quién es ese mequetrefe? Se portó como un imbécil.

Suzette pensaba que Jayden también se había portado como imbécil en el aeropuerto, pero se guardó el comentario, después de todo, estaba reparando su error, fuera intencionado o no.

—Era mi prometido.

—El ex prometido y el prometido falso juntos, suena muy novelesco.

—Yo no te pedí que fingieras. —Rodó los ojos.

—¿Y qué más podría haber hecho? Suzette, ese tipo estaba dejándote por el suelo con sus comentarios, no deberías habérselo permitido. —Reacomodó su postura en el sofá, recargando el codo en el brazo del sofá—. Eras una fierecilla en el aeropuerto, debiste portarte así con él también.

—Al parecer, logró que esa valentía se esfume en cuanto lo tengo enfrente.

—¿Qué pasó exactamente? —preguntó Jayden, como quien no quiere la cosa.

—Estuvimos un par de años juntos y luego él descubrió lo «aburrida» que era. —Hizo comillas con los dedos—. Así que buscó diversión con una rubia despampanante que se mudó a su edificio. —Bufó—. ¿Sabes que es lo más irónico de todo? Que cuando nos conocimos, yo estaba llena de seguridad, acababa de hacer una presentación muy importante y fue la que me consiguió un puesto en la empresa para la que trabajo. —Suspiró al rememorar aquel día—. Debí saber que no podría funcionar si sólo estaba ahí para acompañar a un amigo, Innovation & Business Convention no le interesa a cualquiera. —Tomó la copa y apuró el vino a su boca, luego dejó el recipiente vacío nuevamente sobre la mesa.

—¿Innovation & Business Convention? ¿Diste una conferencia ahí?

—Sí, hace cuatro años. —Jugueteó con sus dedos índices—. Una de las profesoras de la universidad me ayudó para obtener un lugar, era un horario poco llamativo y sólo tenía veinte minutos, pero si conseguí trabajo, no pude haber estado tan mal.

—Tu apellido.

—¿Qué?

—¿Cuál es tu apellido?

—Callahan —contestó, un poco aturdida—. ¿Por qué?

Jayden guardó silencio y enfocó la vista en su copa de vino. Él asistía a esa convención cada año para ver si pescaba a algún nuevo emprendedor con buenas ideas, ¿habría visto a Suzette en aquella ocasión? Buscó y buscó en su memoria. Callahan. Callahan. Callahan.

Y, muy escondida en sus recuerdos, casi borrosa, estaba Suzette. Iba ataviada en un traje sastre de pantalón en color negro, unas zapatillas con un tacón tan alto que parecía una tortura usarlos y, sin embargo, no evitaban que ella se moviera en el escenario como si caminara sobre el viento; sus ojos resplandecían, enmarcados en un delineado negro perfectamente cuidado y su cabello pelirrojo ondeaba sobre sus hombros.

—Eras pelirroja.

—¿Qué? —Suzette estuvo a punto de reírse, aunque no sabía por qué había sentido ese deseo.

—Eras pelirroja, ahora te recuerdo.

La miró atentamente. Su cabello le rebasaba los hombros por mucho y era de un negro tan intenso, que parecía hacer brillar el verde de sus ojos, pero estaba seguro de que era ella, aquella joven que hablaba sin tapujos y con una seguridad abrasadora.

—Tu presentación fue impecable y tus ideas me parecieron excelentes. Estuve a punto de ofrecerte un puesto en mi compañía.

—¿Tú qué? —Suzette estaba boquiabierta.

—La empresa para la que trabajas se me adelantó.

—¿Ibas a contratarme? —Todavía no podía creer lo que Jayden acababa de decir.

—Quizá si tuvieras el cabello igual… te hubiera recordado más rápido. —La miró entrecerrando los ojos, como si aquello fuera a disipar la sombra de duda que aún tenía—. Te quedaba bien.

Suzette se sonrojó sin remedio. Un poco por los comentarios sobre su presentación y otro más por el cumplido sobre su cabello. ¿Cómo había pasado Jayden de insultarla a halagarla?

—No sé si creerte —dijo, tratando de desviar la plática y rogando que Jayden no notara su sonrojo.

—De verdad, te encontré muy interesante.

«Y muy guapa», pensó antes de si quiera poder razonarlo. Volvió a enfocarse en la copa, que Suzette fuera bonita no era un tema que debiera salir a la luz, si se lo decía, seguramente pensaría que le estaba jugando una broma.

Suzette se quedó sin palabras. ¿Debería agradecerle? ¿Hacer como si no hubiera dicho nada? ¿Indignarse porque quizá aquello era mentira? Casi inconscientemente, miró las manos de Jayden, no había sortija. «Por todos los cielos, Suzette, ¿podrías calmarte y poner los pies sobre la tierra?», se regañó mentalmente a sí misma, negando con la cabeza para despejar sus pensamientos.

—Quizá ahora que sé que tienes potencial, decida robarte. —Le sonrió a la vez que levantaba una ceja.

El sonrojo volvió al instante y Suzette se aferró a un almohadón que tenía a su lado.

—¿Por qué querría irme a tu compañía si no confías en la gente con la que trabajas?

La sonrisa de Jayden desapareció de inmediato. Por un momento, Suzette se arrepintió de haber dicho aquello, parecía realmente causarle un conflicto, aunque también sentía mucha curiosidad y debido a que habían cruzado la línea donde las verdades estaban saliendo a la luz, creyó justo que él compartiera algo, su vida ya había quedado demasiado descubierta.

—¿Qué es lo que te ha hecho tan desconfiado? —insistió ella.

—Muchos de los empleados no confiaban en que podría sacar la empresa adelante cuando mi padre murió. Así que me he dedicado a hacerlos callar, mientras pueda hacer las mejores negociaciones, nadie volverá a dudarlo. —Apretó los labios por unos segundos—. La empresa es todo lo que me queda de ellos.

—Lo siento, no debí preguntar.

—Descuida, Suzu, está bien.

Jayden cayó en la cuenta de que la había llamado «Suzu» y repentinamente se sintió tremendamente nervioso. Ella, por su lado, tenía una expresión que mezclaba sorpresa con complacencia. Al final, él suspiró.

—No había hablado de mis padres en años, a pesar de que pienso en ellos constantemente.

—¿Tu madre…?

—También falleció.

Suzette se sintió fatal. Había tocado un punto sensible de Jayden, aquello no se comparaba nada con su fallida relación con Matthew.

—Por eso no me gusta Nueva York —explicó—. Fue el último lugar donde estuvimos los tres juntos. Es…

—Doloroso —completó Suzette. Dudó, pero al final se acercó y colocó su mano sobre la de él—. De verdad lo siento, es algo muy personal, no era mi intención hacerte sentir incómodo.

—No lo has hecho. Supongo que, al final, me has dado la excusa perfecta para hablar sobre ellos. No tengo más familia cercana y nadie a mi alrededor me hace sentir la confianza necesaria para contarles al respecto.

Suzette vio la tristeza reflejada en los ojos de Jayden y, sin embargo, ella se sentía bien, muy bien, porque le había dado a entender que confiaba en ella, cuando horas atrás jamás hubiera pensado que eso podría pasar.

—Cada Navidad viajábamos a Boston. Mi padre buscaba leña para la chimenea mientras mi madre cocinaba y cantaba, amaba las canciones de Navidad, a pesar de que algunas eran extremadamente empalagosas. —Sonrió fugazmente—. Muchas veces refunfuñé internamente porque nunca cambiaban los planes. De haber sabido lo mucho que lo extrañaría, mi yo de hace 10 años se reprendería a sí mismo.

Suzette se puso de pie, tomó sus copas y fue a rellenarlas de vino; Jayden la observaba con un halo de curiosidad. Cuando ella regresó, las dejó sobre la mesa de noche y fue directamente al minicomponente que estaba sobre uno de los muebles, la música sonó suavemente, inundando la sala y Jayden se preguntó si sería una señal que justo fuera «Last Christmas» la que sonaba en la radio, aquella era la última canción que había escuchado su madre. Suzette le pasó una de las copas.

Suzette no pudo evitar soltar una risita cuando usó las palabras que ella había dicho y se sintió aliviada al ver que él también sonreía.

—¿En serio? —Una mirada soñadora se apoderó de Suzette mientras seguía los movimientos del pequeño baile.

Si el clima sigue igual, quizá ya no me parezca tan mal quedarme —murmuró, a la vez que hacía girar a Suzette.

Suzette levantó el rostro para desearle a Jayden una feliz Navidad, pero al hacerlo, se encontró directamente con sus labios. Fue un beso breve, suave, bien cuidado; ella se alejó tras unos segundos y casi sintió que se reflejaba en los oscuros ojos de Jayden.

Ya veremos. Podemos hablar de negocios después. —Hizo una mueca de despreocupación.

Feliz Navidad, Jay —dijo, atreviéndose a cruzar otra línea aquella noche.

Jayden sonrió cuando ella lo nombró así, por primera vez en años, rememorar a sus padres no había significado amargura, Suzette le había dado un giro a aquel apelativo.

No había necesidad de más palabras, dejaron que la música liderara la velada. Habían encontrado el punto ideal para disfrutar la noche, a pesar de que no lo habían decidido así. Había resultado, simplemente, perfecto.

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