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  • Selene Orega

ROUGE

Actualizado: 18 nov 2020

El humo de los cigarrillos hacía que todo se viera más ad hoc con el lugar, o por lo menos, con la idea original que se tenía de él.


A partir de las 9:00 p.m., la gente comenzaba a llegar a aquel lugar tan peculiar, conocido por ser uno de los mejores de la ciudad. Todo a media luz, con elegantes paredes cubiertas de terciopelo rojo y éstas, a su vez, decoradas con algunos cuadros de chicas en poses que a más de uno le gustaría tener en la vida real, pero que en aquel lugar significaba sólo la esencia de todo.


La barra estaba hasta al fondo, con una pilastra en forma cuadrada que dividía al barman de los clientes. Atrás de aquel que se encargaba de poner ebrio al que estuviera dispuesto, se encontraban centenares de botellas de diferentes tamaños, colores y texturas, conteniendo gran variedad de licores en ellas, todas estaban divididas por delgados separadores que daban la impresión de formar cuadros. Arriba del hombre vestido con un elegante traje negro y que movía sus manos con agilidad para preparar tragos, se encontraban dos pequeñas lámparas que terminaban en forma de cono y que le ayudaban a ver qué era lo que mezclaba.


Cercanas a la barra y pegadas a una de las paredes, salas de color negro con rojo; sillones que se unían por la espalda con los de la mesa de al lado, pero en las que sólo podían estar cuatro personas, quizá seis, si deseaban estar juntos y no les importaba estar algo apretujados.


Por el resto del lugar se veían mesas redondas con estampado de leopardo en ellas, rodeadas por cómodas sillas-sofá del mismo color de los sillones, pero éstas estaban más cercanas al escenario, por lo cual, se llenaban con mayor rapidez, puesto que el show que se ofrecía era majestuoso.


El escenario, quizá, era lo más vistoso y elegante del lugar. Estaba construido en forma de T con piso de duela color caoba y era bastante amplio, había cortinas de seda roja dividían lo que los clientes podían o no ver y al centro se encontraba una silla de metal negro y acojinado color rojo, con una boa rojinegra sobre ella, aluzada.


Eran las 11:30 p.m. cuando aquel hombre de cabello negro y ligeramente largo llegó al lugar. Escondía su mirada con su sombrero de piel color negro, mientras esperaba que el show iniciara, recargado en la barra y tomando un whiskey. Después de unos minutos y algunos tragos a su vaso, retiró de su cuerpo la chamarra de piel, dejando ver sus brazos cubiertos de tatuajes.


Justo a la medianoche, las luces se apagaron, dejando iluminado sólo el escenario. Repentinamente, “Dr. Bones” de Cherry Poppin Daddies inundó los oídos de los presentes en el bar, quienes ya prestaban completa atención al espectáculo que estaba dando comienzo.


Poco a poco, se empezó a distinguir una silueta que, nadie podía negar, tenía unas curvas impresionantes, cosa que no cualquier mujer poseía. Se movía al compás de la música, haciendo que su cabello, extremadamente negro, se moviera sutil y graciosamente ante cada paso.


Cuando la canción hubo terminado, se quedó estática, parada atrás de la silla. La música había cesado y entonces se escuchó una voz:


—Ante ustedes, deleitándonos con su baile y belleza, ¡Marilyn Von Dagger!


Aquella dama era digna de admirar, porque además de un cuerpo deslumbrante, su arreglo personal era impecable. Su cabello estaba recogido, de ambos lados, por flores rojas, haciéndolo lucir como si tuviera dos medias coletas; el resto, estaba suelto, dejando ver estilizados rizos, además del flequillo ligeramente en forma de V completamente lacio.


Su piel era blanca, la cual era resaltada de sobremanera por su cabello. Ojos grandes color miel delineados de negro, nariz respingada y labios de un rojo vivo que los hacían aún más antojables, ya que lo eran por el simple hecho de ser gruesos. Las uñas, en un tamaño medio, también resaltaban por ser de la misma tonalidad que el labial que llevaba puesto.


Usaba un vestido corto en color rojo que resaltaba sus atributos. El busto y el trasero se veían en la curvatura perfecta, al igual que su cintura y cadera. A mitad de la pierna, se veía el límite de las medias de red negras que hacían juego con el vestido y los zapatos rojos de enorme plataforma.


Otra canción comenzó y la silueta de Marilyn se movía con gran precisión y destreza, dejando a todos, incluidas las mujeres, absortos. Los hombres idealizaban a su mujer perfecta en aquella bailarina, mientras las mujeres posaban sobre ella su envidia escondida; sin embargo, nadie podía negar que bailaba extraordinariamente bien.


El final era, sencillamente, lo mejor. Marilyn tomó seductoramente la boa, luego se sentó, haciendo acrobacias sobre la silla y paseando la boa por su cuerpo. Se levantó y, con gran agilidad, subió a la silla, quedando de cuclillas en el asiento acojinado, para luego ponerse de pie y sacarse el vestido. Entonces su cuerpo se vio aún mejor silueteado con un juego de corsette y bikini negro, totalmente ajustados. Tomó el respaldo de la silla, bajó lentamente y quedó con cada pierna al lado de él, quitándose los zapatos. Juntó las piernas de nuevo y bajó la espalda al asiento para, mientras estaba recargada, quitar lentamente las medias y perderlas en el escenario. Se levantó, giró la silla y se sentó en ella frente a todos los espectadores, con las piernas a los lados y las manos al centro del asiento rojo.


La música terminó y todo quedó en un silencio abismal mientras las luces apuntaban directamente a Marilyn. Los aplausos tronaron segundos después, acompañados de unos cuantos gritos que hicieron a la bailarina sonreír. Hizo una reverencia y, después de recoger sus pertenencias, desapareció del escenario.


Aquel hombre que llevaba sombrero de piel estaba en su cuarto vaso de whiskey cuando el show terminó. Miraba expectante el lugar, que ya estaba a media luz de nuevo. La vio salir con el atuendo completo alrededor de diez minutos después, pero ni siquiera tuvo que acercarse, ella llegó a barra, se sentó y pidió un vaso de agua.


Se movió dos asientos para quedar a su lado. La miró detenidamente, aún de perfil era hermosa. Marilyn tomó un sorbo de agua y luego giró el rostro, ya que había sentido la mirada de aquel extraño posada sobre ella.


—Quizá te vendría mejor algo más fuerte —comentó él, tomando su quinto vaso de whiskey. —No tomó alcohol cuando apenas he terminado de trabajar. —Quizá pueda esperar a que pase algún tiempo e invitarte algo. —Se había acercado aún más a Marilyn para evitar que algún tercero escuchara la plática. —No soy una puta —dijo ella en tono firme. —Nunca dije que lo fueras. —Y los clientes no tienes permitido tener contacto conmigo, reglas del bar. —¿Acaso las reglas no fueron hechas para romperse?


Marilyn levantó una ceja, el tipo estaba tratando de hacerse el interesante.


—No estoy tocándote, así que, técnicamente, no estoy rompiendo ninguna regla.


Lo observó expectante, no sabía muy bien qué pensar de aquel sujeto. Era guapo, sin duda, misterioso hasta cierto punto y definitivamente amaba sus tatuajes, pero quizá era un idiota más que trataba de ligarla, como casi cada noche sucedía.


—Quizá podrías decirme tu nombre.


Ella lo miró, ilógica.


—Quiero decir, tu verdadero nombre. —Marilyn Von Dagger es mi verdadero nombre.


Él sonrió.

—Quizá tú puedas decirme el tuyo. —Bien, Marilyn —dijo en un tono un poco sarcástico—, me llamo Synyster Gates.


Synyster extendió la mano, como lo hacía todo mundo por mero protocolo al presentarse. Ella lo observó unos instantes, desconfiada, pero finalmente la estrechó.


—Marilyn, tal como ya lo oíste —mantuvo firme su tono de voz—. Y dime, Synyster, ¿por qué razón crees que aceptaría un trago de tu parte? Quizá tenga que recordarte que esto es un bar, decente y tranquilo, no un prostíbulo. —Te he dicho que no creo que seas una puta, por el contrario, creo que eras una verdadera artista —explicó mirándola a los ojos, luego bebió de su vaso—. Y quizá podrías aceptar el trago porque no soy un idiota de los que trata de ligarte cada noche, no soy de los que vienen sólo por la curiosidad de ver a esa bailarina hermosa de la que todos hablan y que, al ser rechazados, nunca vuelven. —¿Debo tomar eso como un cumplido? —preguntó, sin embargo, estaba bastante sorprendida de que su argumento fuera, precisamente, lo que había pensado momentos antes. —Puedes tomarlo como gustes, siempre me ha gustado venir a este bar, incluso antes de que tú lo hicieras tan popular. —Llevo trabajando aquí… —Un año —interrumpió Synyster—, medio año después de que abrieran, ¿o me equivoco? —No, no te equivocas. —¿O acaso me equivoco si te digo que tu cabello realmente es rubio y lacio, pero lo has teñido y moldeado con el tiempo?


Marilyn estaba sorprendida, nunca ningún hombre de los que se le habían acercado en el bar le había dicho semejante cosa. Él estaba en lo correcto, cuando había comenzado con su trabajo en el bar no se había teñido de negro el cabello y lo dejaba lacio, tal como era su estado natural.


—Quizá te acepte un trago. —Se terminó el agua, lo cual hizo sonreír a Synyster. —¿Prefieres tomarlo aquí o en otro lugar?


Marilyn se levantó de su asiento, sobresaltándolo al pensar que su pregunta la haría escabullirse de su lado, pero sonrió aliviado al escucharla hablar de nuevo.


—Te veo en la puerta en un rato.


Y se fue, dejándolo con el vaso de whiskey a la mitad.


Eran más de las 2:00 a.m. cuando se reunieron en la entrada. La calle estaba vacía, a excepción de Synyster Gates, recargado en un GM Holden Efijy color negro brillante, y de Marilyn, quien había salido envuelta en un abrigo largo de lana en color negro.


—Un GM, ¿eh? —Me gustan los 50, ¿qué puedo decir? —se alzó de hombros—. ¿Nos vamos?


Marilyn asintió. Synyster le abrió la puerta del lado del copiloto para luego tomar su lugar frente al volante. Segundos después, el coche arrancó dejando atrás aquel bar de ventanales cromados y que tenía un gran letrero de neón rojo con la palabra “Rouge”.


Pararon cuatro cuadras después, frente a un edificio de apartamentos. Synyster le abrió la puerta del coche y luego la condujo hasta el edificio, donde tomaron el elevador para llegar al piso número siete. Su puerta era el número 714 y en cuanto entró, Marilyn supo a qué se refería cuando le dijo que le gustaban los años 50, todo lo que estaba ahí adentro hacía referencia a la época.


—Ponte cómoda.


Las palabras de Synyster la sacaron de sus pensamientos y la obligaron a dejar de observar cada detalle cincuentero del apartamento.


—¿Qué te ofrezco? —Whiskey está bien.


No tardó demasiado en ir y regresar con una botella nueva, un par de vasos y un platón lleno de hielo.


—¿Y qué se supone que eres tú? —Aspiro a ser guitarrista. —Se recargó en el respaldo del sofá, extendiendo los brazos, sin dejar el vaso con whiskey sobre la mesa—. Aunque es complicado hacerle notar a alguien que eres bueno. —¿Crees que eres bueno? —No creo hacerlo tan mal.


Synyster sonrió y, por alguna extraña razón, ella lo hizo también.

—Deberías buscar algún lugar donde tocar, quizá así alguien pueda pescar tu talento. —¿Así como alguien pescará el tuyo bailando? —¿Estás burlándote? —No, para nada. —Ensanchó la sonrisa—. En verdad eres buena pero, ¿acaso no aspiras a algo más que trabajar en un bar por las noches? —Por supuesto, pero… el bar me ha sacado adelante, económicamente hablando. —Dio un sorbo largo a su bebida—. Me desestresa y, quizá algún día, si reúno el dinero suficiente, pueda lograr lo que deseo. —¿Y qué deseas? —No creo que sea de tu incumbencia. —¿Por qué das por hecho cosas que en realidad no sabes y dudas de las que no tendrías que dudar?


No hubo más palabras por parte de ninguno, sin embargo, se miraban fijamente a los ojos. La distancia entre ellos era corta y conforme el silencio abarcaba más espacio en el apartamento, Synyster iba aproximándose más a Marilyn, sin que ella se alejara un solo centímetro.


—¿Quieres comprobar que tan soy bueno tocando? —Ya la tenía atrapada bajo su cuerpo en el sillón y respiraba sobre su rostro. —Quizá… quizá sería buena idea —contestó ella, dudando por primera vez.


El primer contacto con sus labios fue un choque eléctrico, como si ese lápiz labial rojo que llevaba puesto se encargara de custodiar su boca, pues era el primer paso para llegar a su paraíso. Sus lenguas jugueteaban lentamente, mientras ella lo tomaba por el cuello y lo despojaba de aquel sombrero de piel para poder acariciar su cabello que, sorprendentemente, era muy suave.


Pronto se quedaron sin aliento y se miraron casi sin despegar sus rostros. Él acarició su mejilla, mientras ella dejaba escapar un suspiro corto al sentir la otra mano sobre su pierna. Sus manos, igual de ágiles que cuando bailaba, lo despojaron pronto de la chamarra de piel y de la playera bajo ésta, dejándole toda la parte superior desnuda. Acarició sus brazos, eran fuertes y todos esos tatuajes la excitaban más.


Posó las manos sobre su cintura y la levantó repentinamente, ya que se había puesto de pie. Ella se aferró a Synyster del cuello y encerró su cadera con las piernas, más ligeras al haberse liberado de los zapatos. La besaba apasionadamente mientras seguía su camino a la recámara, abrió la puerta de una patada y posó a Marilyn sobre la cama.


Desprendió las flores de su cabello y aspiró su olor antes de besarle el cuello, para luego ir bajando hasta llegar a su pecho. Ella, mientras tanto, desabrochaba su pantalón y luego se libraba de él con las piernas, sin dejar de acariciar sus brazos con fuerza.


Ambos estaban agitados, el calor los estaba consumiendo; cuando menos se dieron cuenta, las prendas habían desaparecido completamente de sus cuerpos y las caricias eran las que se encargaban de crearles el disfraz perfecto.


Él, posado sobre su cuerpo, mordía sus labios con gran pasión, mientras ella, sin dejarlo escapar de entre sus piernas, se aferraba a su espalda, dejándole sentir lo que aquellas uñas barnizadas de rojo intenso podían hacerle sentir. Se movía con rapidez, haciéndola levantar el abdomen al no poder contener el placer que le proporcionaba.


Ella respiraba agitadamente en su oído, besando su cuello, su boca y su pecho, haciéndolo enloquecer con cada segundo que pasaba. Sus piernas eran ágiles, tal y como cuando bailaba cada noche sobre el escenario; lo aprisionaban y lo dominaban con cada movimiento, sin querer tomar el control por completo. Y él, demostraba su agilidad con cada caricia sobre su piel, cada centímetro que él tocaba con aquellos dedos larguchos la estaban haciendo sentir un éxtasis incontrolable, inexplicable.


Suspiros, respiraciones agitadas y gemidos ahogados por los besos fueron el complemento perfecto en el momento en que estuvo en ella, ese momento en que ambos se hicieron un solo cuerpo y que el calor quedó muy lejos de preocuparles.


—Realmente deberías tratar de que escuchen cómo tocas la guitarra —dijo con voz agitada mientras lo abrazaba, envuelta en las ligeras sábanas—. Creo que eres bueno. —No me has escuchado tocar. —Synyster sonrió, recuperando el aliento. —No lo necesito. —Lo besó, perdiendo así el último pigmento rojo que tenía en los labios—. Y, quizá… podrías llamarme Lillith…

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